La Habana

Vuelo a la libertad en la rueda de un avión

Armando Socarrás escapó de Cuba hacia Madrid escondido en un avión en 1969. Jorge Pérez, que le iba a acompañar, se cayó en el aeropuerto de La Habana y fue arrestado. Aunque las autoridades cubanas dijeron que viajó y murió en Madrid 

Vuelo a la libertad en la rueda de un avión
Vuelo a la libertad en la rueda de un aviónlarazon

En el verano de 1969, cuando la humanidad tenía la mirada puesta en la Luna, dos jóvenes cubanos vieron en el cielo su vía de escape a la falta de libertad en la isla. Jorge Pérez, de 16 años, convenció a su amigo Armando Socarrás Ramírez, de 17, para huir del Gobierno de Fidel Castro. «Había muchos agentes vigilando las costas de Cuba y sabíamos que algunos balseros fallecían por los ataques de tiburones en las aguas del Caribe, por lo que nos planteamos irnos en avión, pues en el aeropuerto la presencia policial era mucho menor», cuenta a LA RAZÓN Socarrás, el primer y único polizón que ha sobrevivido en un vuelo La Habana-Madrid en el tren de aterrizaje.


Su principal motivación para abandonar su patria fue el «descontento con el sistema». Él era sólo un adolescente «libre de ideas y muy rebelde» que quería llegar a casa después de las 12, poder vestir pantalones de campana y llevar el pelo largo como marcaba la moda de los 60. Sin embargo, la gota que colmó el vaso fue que le «becaron», porque él no solicitó dicha beca, para ser soldador. Su sueño era ser ingeniero electrónico o piloto de la fuerza aérea. «Pero la revolución necesitaba soldadores».


Aun así, Socarrás estuvo ocho meses estudiando soldaduría hasta que Pérez le contó su plan. «Me lo pensé durante una semana», confiesa. Finalmente accedió. «Como Jorge no estaba becado tenía tiempo para prepararlo. Se informaba, iba al aeropuerto. Las opciones eran o compañías checoslovacas y rusas o Iberia, la más plausible», se ríe Socarrás.
Un hombre libre
Al recordarle que en España estaba la dictadura de Franco, al cubano le pueden sus sentimientos y gratitud al pueblo español. Gracias a los dos meses que pasó en Madrid, hoy es un hombre libre. El 3 de junio de 1969 los dos amigos se dirigieron al aeropuerto. ¿Su equipaje? Algodón para los oídos, una linterna y una «soga». Con la vista en el DC-8, diez minutos antes del despegue, saltaron la valla y corrieron hacia la pista. Socarrás ayudó a Pérez a subirse en la rueda derecha y él se metió en el hueco de la izquierda. Cuando el cubano rememora estos momentos, su voz se vuelve más tensa. «Nada más despegar», recuerda, «me agarré muy fuerte para quedarme, después al replegarse, cuando las ruedas se acercaban, temí que me aplastaran. Encogido, con un ruido insoportable, la compuerta no se cerraba del todo, y la operación se repitió otras dos veces. Con mis dedos sujetándome en el filo para no caerme a cientos de metros, pedí a Dios un milagro». Finalmente, la compuerta cerró.


Su altura (1,50 cm) le ayudó a acoplarse; no tanto a su compañero, quien terminó en suelo cubano con las costillas y las clavícula rotas. La aventura de Socarrás duró dos horas más –que él recuerde–. Pasó frío, comenzó a faltarle el oxígeno y a tener mucho sueño. Sus ojos se cerraron y se congeló a 9.000 metros de altura. Una vez que el vuelo aterrizó en Barajas, su cuerpo cayó y fue encontrado por el piloto. Le dieron por muerto, lleno de escarcha y sin pulso, lo llevaron a la enfermería. Allí, Socarrás de repente abrió los ojos. «Está vivo», gritaron, aunque él no lo escucho.


Recuperó la consciencia en la habitación 1.208 del entonces Gran Hospital de la Beneficencia. «Cuando vi todas esas paredes verdes, como en los hospitales militares cubanos, pensé que estaba en La Habana. Preguntaba y chillaba, pero como había quedado sordo, pensé que me estaban tomando el pelo, no me calmé hasta que me escribieron en una pizarra: "Estás en Madrid"».


El frío le salvó la vida

Los médicos de la época hablaban de un caso «excepcional»: no presentaba traumatismos aunque sufrió una «anoxia renal, cardíaca, cerebral e incluso hepática». Al periodista Alfredo Semprún, quien cubrió la noticia, le informaron de que en 99 casos sobre 100 hubiera tenido un fin trágico. La explicación al milagro consistía en que existió parada cardiaca por congelación y después recuperación espontánea, es decir, «el letargo por frío le permitió sobrevivir a la carencia de oxígeno».


Socarrás estuvo unos 60 días en Madrid, recuperándose. «Recuerda todas las cartas de apoyo, algunas incluso con dinero, con remitentes de todas partes. También la paciencia que tuvieron los doctores con él; pero en especial y «con mucho cariño» a Sonsoles Lázaro, una enfermera de la que se enamoró. «Estaba feliz en España, pero mi historia se convirtió en una crisis internacional».


Castro le pidió a Franco que le deportara. Para más inri, la familia de Socarrás estaba ligada al régimen. «Mi padre era amigo de Fidel y trabajaba en el Palacio de la Revolución. Mi madre era funcionaria, y uno de mis cuatro hermanos fue guardaespaldas del Che». Socarrás no temió por sus familiares, ya que eran castristas, pero este hecho daño todavía más la imagen del régimen.


Los medios cubanos publicaron que su compañero Jorge Pérez murió al llegar a Barajas. Hecho que coincidió con el hallazgo del cadáver de un campesino, sin identificación, a 4 kilómetros de Barajas. «Lo cierto es que lo metieron en la cárcel durante 4 años y después Fidel lo mandó a Miami en 1980, en el Mariel, junto a otros presos y cientos de cubanos», reconoce Socarrás, quien ha vuelto a encontrarse con su amigo en Estados Unidos. «Una mañana, agentes del servicio secreto me dijeron que debía abandonar España, que Fidel me quería raptar. Como tenia un tío en Nueva Jersey, lo ataron con la embajada de EE UU para que me fuera allí».


Empresa de cristalería
Socarrás vivió unos años junto a su tío, después se marchó a Miami, donde montó una empresa de cristalería, se casó y tuvo dos hijos. Buena parte de su vida la dedicó a viajar por EE UU para dar gracias a todos los que le mandaron dinero y apoyo a Madrid o a Nueva Jersey. Hace 14 años, su vida dio un giro al conocer a Mary Osborne, con la que se casó. Por eso atiende a este periódico por teléfono desde Chilhowie, Virginia. «Trabajo para Pepsi Cola y además soy bombero y voluntario. Me gusta ayudar a los demás».


Cuando menciona a su isla, la nostalgia le invade. Quedó separado de su familia. «Mi padre era mi ídolo, mi héroe, aunque nunca habláramos de política. Era recto y disciplinado. Sin embargo, dos meses antes de que muriera en el 88, hablamos por teléfono y me dijo que de lo único que se arrepentía era de no haberme vuelto a ver, a abrazar». Al preguntarle que si se siente culpable por los polizones que intentan su hazaña sin suerte, como la semana pasada Adonis G. B., admite que «indirectamente me hace sentir mal. Sobrevivir ha dado esperanzas a otros». Pero Socarrás tiene claro que cuando a «uno le oprimen, le arrebatan la libertad, uno desea estar muerto, por lo que el estado mental en el que se entra te lleva a saltar dentro de un avión».


Los medios cubanos no han publicado nada de Adonis G. B., sin familiares ni amigos en España. Fundaciones y ONGs han buscado, desde que llegó muerto el miércoles, el motivo de su viaje a Madrid. Socarrás, que tampoco conocía a nadie en el 69, desea volver a España, donde ahora sí, tiene parientes en Sevilla y para agradecer lo que hicieron por él. «Aunque tengo tres nacionalidades, mi favorita es la española».