Crítica de libros
La injusticia de los bárbarosÁngela VALLVEY
Se llama Asia Bibi. Tiene 45 años. Es mujer. Pobre. Pakistaní. Cristiana. O sea, que Asia es menos que nada. Prescindible, innecesaria, inservible. Hitler diría «subhumana». Su vida no vale nada para los bárbaros que la han encarcelado y piensan así. La quieren ahorcar por eso: por mujer, por cristiana, por pobre. Aunque los verdugos fanáticos que imponen esa pantomima que allí llaman «justicia» disfracen la atrocidad que quieren cometer de supuesta «blasfemia» (¿). Están acostumbrados a matar mujeres, y a que no ocurra nada. Deben sentirse muy confundidos con todo el ruido que se ha montado alrededor del caso de Asia. «Es sólo una mujer», dirán, «¿a qué viene todo esto?, hay millones como ella, ¡si algo sobra en el mundo son úteros cristianos!».
Asia trabajaba en los campos de su país, Pakistán, «la tierra de la pureza», uno de los lugares más poblados del planeta, con un 97 % de habitantes musulmanes. Su historia es un cuento de terror. Asia trabajaba con un grupo de mujeres musulmanas, era la encargada de ir a buscar el agua. Sus compañeras no querían que ella fuese a por el agua porque Asia no es musulmana y, según sus absurdas normas, el contacto de las manos de una mujer cristiana contaminaría la vasija, la volvería impura, ¿quién iba a poder beber agua emponzoñada por las manos cristianas de Asia? De modo que –siguiendo su estúpida, arcaica y enloquecida lógica– le ordenaron a Asia que se convirtiera al Islam para solucionar el enojoso asunto de la recogida del agua. Asia rechazó la exigencia de sus compañeras. Asia desea ser cristiana. Así se lo hizo saber a las mujeres del grupo. Les dijo a esas señoras implacables que quería seguir siendo cristiana, que Jesucristo murió en la cruz por los pecados de la humanidad, pero que no sabía qué había hecho de bueno Mahoma por todas ellas. El grupito no tardó en ir a «delatarla» al imán local, que casualmente era el marido de una de aquellas arpías. El imán denunció a Asia ante la policía por un delito de «blasfemia», tipificado en el horroroso, medieval y escalofriante código penal pakistaní y castigado con pena de muerte. Volvieron a ofrecerle, ya en prisión, la posibilidad de convertirse al Islam, pero Asia prefiere morir cristiana que vivir musulmana. Dice que está bien en la cárcel: le dan de comer, aunque echa de menos a sus hijas. Asia es mujer, pobre y cristiana en un país que persigue a los cristianos sin pausa, sin clemencia.
Para declarar la guerra santa, a algunos clérigos musulmanes les basta con una caricatura «europea» de Mahoma. Sin embargo, mandar a la horca a las mujeres cristianas por serlo es para ellos una obligación rutinaria. Asia Bibi es la ofensa viva que ejecuta el Islam sobre el cristianismo cada día. Un cristianismo que está siendo perseguido por el Islam a punta de cuchillo en países de la Tierra en los que ser mujer, pobre y cristiana es un camino seguro hacia la horca, hacia el infierno.
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