Roma
«Llevaba sobre sí la cruz de Jesucristo»
Con su apuesta por la nueva evangelización, Juan Pablo II confirmó al Camino Neocatecumenal como un don del Espíritu Santo nacido a raíz del Concilio Vaticano II. Su iniciador, Kiko Argüello, fue testigo directo de su santidad.
–¿Qué vio Juan Pablo II en el Camino Neocatecumenal?
–El Papa, siendo obispo de Roma, visitó las parroquias y siempre quiso reunirse aparte con las comunidades neocatecumenales. En sus visitas preguntaba: «¿Cuántos estabais antes alejados de la Iglesia?». Y se levantaba la mayoría. Además, las comunidades tenían muchísimos niños y el Papa se mostraba contentísimo al verlos. Esto le llegó profundamente y vio que el Camino tenía una fuerza enorme para llamar a los alejados de la fe y salvar la familia.
–¿Qué dijo ante la idea de enviar familias en misión?
–Habíamos visto las dificultades que tenían los itinerantes del Camino al evangelizar sobre todo en Escandinavia, Noruega o Finlandia. Y nos dimos cuenta de la necesidad de enviar familias que dieran testimonio. Se trataba de poner en marcha una «Plantatio Eclessiae», porque el problema del norte de Europa era la destrucción de la familia. Le hablamos también de Sudamérica y de cómo iniciar esta experiencia allí, dado que muchos obispos nos lo pedían para contrarrestar la invasión de las sectas. El Papa se mostró entusiasmado y él mismo envió las primeras cien familias desde Porto San Giorgio.
–Algo parecido ocurrió con los seminarios «Redemptoris Mater»…
–La idea surgió al ver la necesidad de presbíteros que acompañasen a estas familias y a las comunidades que iban formándose. El día de la Virgen de Czestochowa el Papa nos invitó a cenar y le presentamos la posibilidad de abrir un seminario para suscitar sacerdotes. El Camino no es una congregación religiosa, y no queríamos hacer una orden de sacerdotes. Le propusimos formar presbíteros diocesanos para la misión, que partiesen para la nueva evangelización. Él se mostró entusiasmado y dando un golpe sobre la mesa dijo: «Esto hay que hacerlo».
–¿Qué papel ha tenido el Camino en las Jornadas Mundiales de la Juventud?
–Una de las cosas que hizo el Papa para ayudarnos fue nombrar encargado del Camino a Monseñor Cordes, entonces presidente del Pontificio Consejo para los Laicos y responsable de las primeras Jornadas, que nos llamó para que invitáramos a los jóvenes. Hemos ayudado en todos los sentidos y el Papa nos felicitó en varias ocasiones. Como preparación a cada Jornada Mundial de la Juventud, siempre los enviamos por las ciudades para que prediquen. Este mes tendremos un encuentro en Düsseldorf y evangelizaremos por todas las ciudades de Alemania, invitándolos además a Madrid.
–¿Cuál era la opinión de Juan Pablo II al comprobar que surgían tantas vocaciones en el Camino?
–Al Papa le hemos informado siempre del número de jóvenes que se levantaba en los encuentros vocacionales y se ponía contentísimo. Son más de 4.000 las chicas que han ingresado en monasterios de clausura y miles de jóvenes en los seminarios. Los chicos siempre han destacado la importancia en su llamada de lo que ha dicho el Papa en estos encuentros.
–En el año 2000, el Papa se encontró con miles de jóvenes del Camino en Tierra Santa.
–Tuvo un encuentro con 100.000 jóvenes en el Monte de las Bienaventuranzas. Más de la mitad eran del Camino. Antes, inauguró la Domus Galilaeae. Nos dejó sorprendidos cuando, entrando en ella y conmovido de su belleza y nueva estética, nos dijo: «El Señor os estaba esperando aquí, en esta montaña». Esas palabras las hemos puesto en grande en la entrada de la Domus. Además, una de las últimas cosas que hizo antes de morir fue mandar una carta con motivo de la inauguración de la biblioteca. El Papa pidió que esta casa fuera un lugar de encuentro entre la Iglesia católica y el pueblo hebreo, algo que se está cumpliendo. Cuando acuden los hebreos a verla quedan sorprendidos. El año pasado la visitaron cerca de 150.000 y este año continúan viniendo todos los días. Se ha corrido la voz, quieren ver su belleza y que los seminaristas les expliquen su significado.
–¿Cómo recuerda al Pontífice en sus últimos días de vida?
-Le recuerdo como un santo. Como un hombre que llevaba sobre sí la cruz de Jesucristo y que se daba cuenta del bien que estaba haciendo al mundo. Hoy los ancianos no son personas, se les mete en un asilo y allí se les abandona. Para que una persona sea considerada santa tiene que ser demostrada la virtud en grado heroico, y esto se ha visto durante su enfermedad y vejez.
–Cuéntenos alguna anécdota que recuerde de sus vivencias con el nuevo beato.
–El Papa era entusiasta de Carmen Hernández, iniciadora junto a mí del Camino, a la que admiraba muchísimo. Antes de morir, tuvimos la Plenaria del Pontificio Consejo para los Laicos y al final una audiencia con él. El Papa estaba ya muy mal y había leído el discurso con mucha dificultad. Al final pasamos uno a uno a saludarle. Tenía los ojos cerrados y le iban diciendo quién era cada uno. Cuando llegó mi turno, el Cardenal Rylko le dijo al oído: «¡Es Kiko!». Entonces se despertó, abrió los ojos y preguntó: «¿Dónde está Carmen?, ¿y Carmen?, ¿dónde está?». Lo dijo gritando y todo el mundo se rió. Al Papa no le gustaba verme solo, sin Carmen.
–¿Cómo ha vivido su beatificación?
–Dando gracias a Dios.
Volver a la Iglesia primitiva
El Camino lo iniciaron Kiko Argüello y Carmen Hernández en las chabolas de Palomeras Altas (Madrid), en 1964. Fue reconocido por Juan Pablo II como «un itinerario de formación católica válido para la sociedad de hoy». En 1985, al hablar sobre la secularización, el Papa dijo: «Hay que volver al primer modelo apostólico». Argüello sostiene que «la Iglesia primitiva, al dejar la sinagoga, se reunía en las casas y los paganos impresionados gritaban: «¡Mirad cómo se aman!». Este grito tiene que volver a oírse en el mundo al ver el amor en los cristianos». Por eso, el Camino ha comenzado la «missio ad gentes» en varios países: familias que son enviadas a zonas paganas con gente sin bautizar.
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