Galicia

Arroz a la cubana

La Razón
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El diario «Arriba», órgano del Movimiento Nacional, dirigido el 1 de enero de 1959 por el buen periodista y mejor falangista «de izquierdas» Rodrigo Royo, celebró sonoramente la entrada de Fidel Castro en La Habana. Mucho antes de la Ley Helms-Burton, Franco mantuvo el puente aéreo de «Iberia» con la isla y calló ante la depredación de los bienes españoles por un romántico guerrillero devenido en dictador comunista quién llegó a expropiar hasta la estancia de su padre. El síndrome de «El Maine» pesaba sobre el general que nunca tuvo simpatías por EEUU, tal como la derecha y la izquierda españolas juntas. Aquí la pícara opereta antiimperialista siempre ha gustado mucho a todos. Manuel Fraga recibió en Galicia al barbudo como hijo pródigo y Felipe González con sus ministros se solazó con las mulatas de «Tropicana». A Adolfo Suárez, Castro le quiso pagar la deuda por indemnizaciones con una partida de retretes de loza, y hoy Zapatero hace «lobby» castrista en la Unión Europea. La reacción hostil de representantes socialistas al Premio Sajarov a Guillermo Farías es de gran mezquindad pero sólo resoluble en el diván del psicoanalista que nos trate un complejo que confunde el arroz a la cubana con la paella. La cura está en entender que la monarquía caribeña equivale a la dinastía de Kim en Corea del Norte. Nos comportamos con Cuba como ex metrópoli llorosa por la pérdida, y el sentimentalismo empaña a Abel Matutes o a Trinidad Jiménez. La Habana es un absceso como Pyongyan. Los Castro nos tienen cogidos hipnóticamente por las gónadas de Leire Pajín.