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Un hombre corriente se rebela

Llevan una vida ordenada y sencilla. Nunca imaginaron convertirse en héroes, hasta que un día deciden dar un paso y frenar a los bárbaros 

Un hombre corriente se rebela
Un hombre corriente se rebelalarazon

Recorrió los quince metros que le separaban de los vándalos, cogió una barra que se había caído en los destrozos y se enfrentó al joven encapuchado y en chándal, que salvajemente y junto a otros, había roto la cristalera de la sucursal.

Él, que es un hombre de mediana edad, con su traje y sus zapatos de trabajo, había ido al banco como todos los días, para trabajar, a ganarse el sueldo y después, pasar la tarde con su familia. Pero en una situación inesperada, ante un asalto violento, tuvo un ataque de rabia y de dignidad. Un ejemplo frente a la barbarie. «No soy un héroe», dijo a «La Vanguardia» la mañana siguiente, cuando volvió a trabajar, como si nada hubiera pasado y su imagen no hubiera sido portada en «The New York Times».

Las medidas de seguridad de los bancos suelen aconsejar a sus trabajadores que, en caso de atraco, mantengan la calma y que una vez terminado todo, dejen que los atracadores se vayan con el dinero o lo que sea, y sólo en ese momento, llamen a la Policía.

Lo que se quiere evitar por todos los medios es que pongan en peligro su vida y sobre todo, la vida de los demás trabajadores. En Barcelona, cuando los vándalos, rodeados de un grupo de mirones pasivos, se propusieron romper la fachada de la oficina, los empleados y los clientes se refugiaron en otras plantas y al fondo del edificio, a unos quince metros de la cristalera rota.

Seguían las medidas de seguridad, lo lógico, lo que haríamos casi todos. Mientras todo pasaba, hubo quien, incluso, sufrió un ataque de ansiedad. A veces, sin embargo, no se pueden aguantar las ganas de intervenir ante una agresión tan injusta. E. A. F., que son las iniciales del empleado del banco, recorrió toda la sala, esos quince metros en los que se dejó llevar por el sentimiento más que por la razón, y se enfrentó a ellos.

«Cuando se actúa así es porque se vive una emoción de injusticia enorme. Es un sentimiento vivo de que esto no puede suceder, de que es imposible que algo así suceda. Es como la impotencia, pero llevada al otro extremo. Se convierte, por tanto, en un acto heroico e irreflexivo», cuenta la psicóloga María Jesús Álava, autora del libro «La inutilidad del sufrimiento».

Aunque había un guardia de seguridad privada, todo ocurrió tan deprisa que casi no tuvo tiempo para intervenir. Apenas pasa un minuto desde que los encapuchados atacan el banco, rompen el cristal, entran, tiran alguna silla y salen corriendo en cuanto oyen la sirena de la Policía. El guardia amenaza con sacar el arma, mientras el empleado se enfrenta y en medio del follón recibe un sillazo. Sólo al final, cuando todo ha pasado, el guardia de seguridad le dice: «Tranquilo, tranquilo», e intenta que se calme.

La Policía no opina sobre su actitud, no puede decir si lo que ha hecho está bien o mal. Si, en definitiva, E. A. F. es o no un ejemplo a seguir. ¿Si las siguientes manifestaciones son torpedeadas por violentos, que rompen bienes privados y públicos, tenemos que hacerles frente o debemos seguir callados como ahora?

Joaquín Velázquez recuerda con orgullo el día que evitó un atraco en Alcalá del Río. Era juez y, tras desayunar en casa como siempre y trabajar un rato en el juzgado, fue al banco con su secretaria para hacer una operación.

Mientras esperan a que les reciba el director, Joaquín ve a un hombre muy nervioso entrar con una caja muy grande, de la que después saca un arma, amenaza a la cajera y se lleva el dinero ante el miedo de todos. Pero al salir se despista un instante y Joaquín, de 74 años, se tira sobre él, forcejean, le quita el arma y consigue que le detengan. «Luego piensas: ‘‘Pero cómo te metes, si ni te va ni te viene''.

Hay momentos en el que uno se lanza al espacio», dice ahora. Cuando todo terminó, volvió al banco y terminó de resolver la operación a la que iba. Visto desde la frialdad de la distancia o del hecho pasado, es un impulso ilógico, pero muy coherente el que le lleva a enfrentarse a una posible pelea en la que lleva todas las de perder.

El otro es más fuerte, más joven, está acompañado y lleva todo el día pensando en ello. El empleado del banco, o el juez, que tienen una familia en casa, no están preparados para lo que les espera.

«No piensas en lo que puedes perder, piensas que no puedes quedarte impasible ante una situación tan vergonzante, piensas: ‘‘Tendré que hacer algo''», explica la psicóloga Álava. «Hechos así los protagonizan las personas que sienten que la sinrazón no puede triunfar y se erigen en salvadores de la humanidad. Se enfrentan a una situación en la que no pueden vencer».

Popularidad

No todos somos capaces de plantar cara y rebelarnos frente a los violentos. Nos puede el miedo y «nos sentimos agradecidos con el líder, nos exime con la responsabilidad de dar la cara», asegura la doctora de sociología Ángela Rubio.

Detrás de las iniciales E. A. F. hay un hombre que rompió con la resignación de los ciudadanos corrientes ante los violentos. Por eso se ha ganado una fama que no persigue.

Él sólo es un ciudadano normal. «No quiero ganar popularidad», reconoció el protagonista en el periódico «La Vanguardia». Entre otras cosas, no la persigue por prudencia: no debe de ser muy agradable salir en los medios de comunicación cuando se prevén más manifestaciones por esa zona. Su empresa, que le ha felicitado por su acción, le protege de las llamadas de la Prensa. Podría ser famoso, pues los héroes, como por ahora escasean, tienen mucho espacio mediático si lo saben buscar. Antes de este verano, casi nadie conocía a Pauline Pearce y ahora se presenta a los concursos de la televisión británica que buscan nuevos talentos musicales.

No se ha hecho famosa por ser cantante de jazz, sino porque en los disturbios de Londres del pasado verano se atrevió a retar a los asaltantes. «Dejad de entrar en las propiedades de la gente. Dejad de entrar en las tiendas de quienes dependen de su negocio. ¿Me entendéis? Esa mujer de la tienda trabaja muy duro para que funcione su negocio. Y la vais a arruinar», gritaba en un vídeo que corrió por YouTube. Pauline, con 45 años y varios nietos, se convirtió en la heroína de Hackney, el lugar donde ocurrieron las revueltas veraniegas.

Pauline ha aprovechado su popularidad para lanzarse al estrellato; el empleado español del banco de Barcelona ha preferido ser más discreto, pese a que su imagen ha dado la vuelta al mundo. Es un héroe, un tipo singular que no mira con indiferencia a la violencia.

«Sólo las personas sensibles, que son muy responsables con su trabajo, además de muy exigentes consigo mismas y con los demás, son capaces de actos así–continúa la psicóloga María Jesús Álava–. Tiene que ser alguien que es muy coherente con lo que piensa y lo que realiza. Es muy fiel a sus ideas».

Puede que muchos creamos ser así. E. A. F. tuvo un pasillo de quince metros para que el miedo venciese la fidelidad a esas ideas. No pasó, no ganó el miedo. Lo que diferencia a los héroes.

18.000 euros en desperfectos
«El fenómeno de la violencia es habitual en Barcelona, más que en otras ciudades y muchos ciudadanos empiezan a estar cansados de esas tribus urbanas violentas y muy concretas a las que les da igual un partido de fútbol, que una manifestación. Y aunque son muy pequeñas se legitiman en la violencia», asegura la doctora en Sociología Ángela Rubio.

Los violentos se aprovechan del anonimato que les permiten las manifestaciones para reventarlas y de paso romper después todo lo que se les pone a su alcance. Destrozan bienes públicos y privados y sólo se detienen cuando la Policía les cerca.

En la última manifestación en Barcelona se quemaron nueve contenedores y una papelera, además los equipos de limpieza tuvieron que esforzarse en quitar las pintadas de las paredes. Eso en cuanto al coste público que sale de los impuestos de todos.

Después está el coste privado, como el de la sucursal del Banco Popular que fue arrasada en menos de un minuto. Frente a estos violentos es probable, según la profesora Rubio, que cada vez aparezcan más héroes, como el empleado de la sucursal. «Estamos en momentos de héroes, de incertidumbres y frente a estas incertidumbres la gente se está creciendo y quiere defender lo que es suyo».