Valladolid
Benzo Netanyahu in memoriam por Luis Suárez
Ha fallecido uno de los más grandes historiadores judíos. Nació en Varsovia en 1910 y murió en Jerusalén cuando estaba cumpliendo los 102 años. Para un judío acabar sus días en aquella tierra, Eretz, que Dios entregó a los sucesores de Moisés, es siempre un motivo de perfección. Una vez tan sólo tuve la oportunidad de entrevistarme con él en Valladolid, en donde, caso singular, había sido promovido doctor honoris causa. Y fue una experiencia inolvidable. Me ayudó a entender muchos aspectos de nuestra Historia que a veces hemos comprendido mal.
A través de sus libros, que giran en torno a dos ejes fundamentales, la presencia de los judíos en España y la Inquisición, tenemos la oportunidad de completar nuestra documentación con aquella que ha sobrevivido en los depósitos de familias hebreas cuando les llevaron de España. Netanyahu, educado en aquella tierra a la que su familia le llevó en 1920, adquirió luego un relieve especial en las universidades norteamericanas. Y, de un modo especial, tuvo acceso al patrimonio heredado de la familia de Abravanel que implica una de las principales contribuciones al pensamiento del Renacimiento europeo. El hijo de Isaac Abrabanel, empleando el nombre de León Hebreo, es uno de los conocidos humanistas italianos, aunque él prefería pensar y escribir en español.
De eso debemos ocuparnos, pues era el tema que a los historiadores españoles preocupa de una manera especial. Desde la experiencia espeluznante del Holocausto nos hacemos la pregunta de si fue una injusticia aquel decreto del 31 de marzo de 1492, afortunadamente anulado en nuestros días. Estábamos de acuerdo en que no hay posibilidad de comparación entre el decreto y las leyes de Núremberg. Aquél intentaba acomodarse a la ley vigente; prohibida la religión talmúdica en España, los judíos que no eran súbditos sino huéspedes podían elegir entre dos opciones: bautizarse o tomar todos sus bienes y salir con ellos. Pero tenemos que convenir en que se trataba de un error. Un muy grave error, me atrevería a decir.
Durante mil años los judíos habían estado presentes en la Península, tomando para sí el nombre de «sefarad», que es el que se refiere a España en la lengua aramea. Comenzaron a construir, sobre las bases inconmovibles de su fe, una forma de cultura visible en el pensamiento, a la que en Europa y la Cristiandad deben al menos tres regalos que tienen un valor incomparable. Primero, los mandamientos entregados por Iahveh a Moisés no son un simple mandato, sino una revelación del orden existente en el universo. Cuando se quebrantan o se conculcan se causa una profunda herida en la Naturaleza, que tiene que responder a la equivocación. En nuestros días parece que hemos olvidado esto. Segundo, la libertad no debe confundirse con independencia, ya que es libre albedrío, una dimensión que el propio Dios ha insertado en la naturaleza humana. Y tercero que el ser humano está dotado de una capacidad racional que alcanza al pensamiento especulativo y no se limita a la observación y la experimentación.
En resumen, una cultura sefardí de incomparable valor para aquella Europa que se estaba construyendo era la que se estaba edificando. Y en el siglo XV, superados los tremendos quebrantos de la depresión y de las violencias de 1391, resonancias que venían del interior de Europa, una nueva generación estaba desarrollando el Humanismo desde su propia perspectiva. Aún se conserva, inédita, la primera versión de la Biblia en castellano. Ése fue el gran daño que el decreto de 1492 causó. Impidió el trabajo de las grandes escuelas judías obligándolas a desterrarse y desviando un trabajo que hubiera sido muy valioso. Es una de las aportaciones principales de los estudios de Netanyahu.
Una tradición, que los historiadores españoles hemos venido considerando legendaria, ha sido aclarada por don Benzo al acceder a los documentos de los Abravanel. El jefe de esta familia, Isaac ben Judah, que había pasado a ocupar el primer puesto en la comunidad, negoció con los Reyes Católicos para conseguir un aplazamiento en el decreto, invocando la ayuda económica que los judíos prestaban. Parece que Isabel se inclinaba a aceptar la propuesta cuando el inquisidor Torquemada irrumpió en su sala y exclamó: «Judas vendió a Nuestro Señor por treinta monedas; vuestra altezas quieren venderlo por treinta mil. Aquí está; tomadlo y vendedlo». Como sucede en todas las leyendas Netanyahu comprobó que había algo de realidad. El decreto era obra de Torquemada y demanda global de la Cristiandad, a la que los monarcas españoles tuvieron que plegarse. Los errores nos enseñan a no repetirlos. La libertad religiosa es un bien, y cuando se conculca las consecuencias no pueden ser peores. En 1492 se causaron daños que probablemente sus autores no percibían; el más importante impedir que desde España un Humanismo judío llegara a alcanzar dimensiones mayores del que tuvo, interrumpiendo además el crecimiento de un valor cultural tan serio como era el sefardismo. Tardíamente se ha rectificado. Pero la lección sigue en pie y nuestros políticos deben tomar buena nota ahora que, en aras del laicismo, se está conculcando la libertad religiosa.
Por cierto, como ustedes saben, Netanyahu es el padre del actual primer ministro de Israel. Y los ataques contra éste inciden en los mismos errores de siempre: impedir al judaísmo proporcionar la enseñanza valiosa que contiene en su milenaria cultura.
LUIS SUÁREZ
De la Real Academia de la Historia
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