«De dioses y hombres»: La humanidad de los héroes

¿Qué es la fe? Dreyer diría que creer en lo invisible. Rossellini diría que creer en lo visible. Bresson diría que creer en lo que podemos tocar. ¿Qué diría Xavier Beauvois? En la Argelia turbulenta de los años noventa, los monjes del monasterio de Nôtre-Dame de l'Atlas, por un lado amenazados por los terroristas, por otro presionados por un gobierno corrupto, dudan. ¿Deberían quedarse en un lugar que pone su vida en peligro o volver a Francia? ¿Deberían resistir o deberían abandonar? Beauvois diría que la fe es creer en la duda. «De dioses y hombres» filma esa vacilación sin vacilar demasiado. Desde el principio los monjes aparecen como héroes, entregados a sus rituales cotidianos con el callado entusiasmo de quien sabe que está haciendo lo que debe. No importa que Beauvois insista en mostrar las reuniones en que votan si quedarse o marcharse: el estatismo de la puesta en escena nos informa de que son hombres de honor, casi como un grupo hawksiano que la Historia ha puesto contra las cuerdas.

Toda la película parece organizada para llegar a un clímax bellísimo, un remedo de La Última Cena con «El lago de los cisnes» de Tchaikovsky como telón de fondo sonoro. La camaradería de los monjes teje una red de complicidad que, lentamente, deja emerger la angustia, la conciencia de que el final está cerca, en un baile de primeros planos que cierran en progresión los rostros de los futuros mártires. El problema es que Beauvois se ve obligado a continuar la película como si no estuviera seguro de que el espectador ya ha sido capaz de entender lo que ocurrirá. Es entonces cuando «De dioses y hombres» se vuelve un poco menos heroica.