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Saber envejecer Paloma PEDRERO

La Razón
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No es fácil. Y menos ahora. Antaño envejecer era otra cosa. A los mayores se les respetaba por su experiencia y sabiduría. También por todo lo que habían entregado: trabajo, hijos, sacrificio, cuidados, pensamientos… Los viejos eran los jefes de la tribu, con razón. Antes de que las grandes ciudades se comieran el alma de sus ciudadanos, la gente habitaba en lugares pensados para vivir. Para vivir la niñez, la adultez, la vejez. Campo, jardines, fuentes… para el juego del infante, para el paseo del abuelo. Calles sin grandes ruidos, sin enormes máquinas, sin prisas. Calles para pararse. Y en las esquinas, en los bares, en las rocas, siempre había alguno buscando sol y conversación. En esos lugares sin furia no era tan difícil vivir la envejecida. Aquí y ahora sí. El mercado o la sociedad, llámenlo como quieran, ha decidido que lo que vale, lo que importa, lo que hay que vender, es la juventud. Hay que adorar a los niños, aunque les convirtamos en tiranos idiotas. Porque ellos pronto serán la fuerza. Nos venderán las caras lisas, aunque sean cáscara; los pechos intactos, aunque no latan; los rostros lisos, aunque luzcan lerdos. Da igual. Los viejos a las residencias, olvidados. Los jóvenes, al poder: a la televisión, a las revistas, a las vallas publicitarias. Ellos son guapos, ¿lo ven? Usan las tallas mínimas y sonríen. Tienen la dentadura perfecta y el pene a punto. Miren los famosos, no envejecen, no sufren. Son jóvenes. Luego viene el catalogo de clínicas de estética, de productos, de ungüentos, de timos. Gran negocio el de los mercachifles de la juventud y de la belleza. No, no es fácil envejecer bien en este territorio. Pero tenemos que recordarnos minuto a minuto que la verdadera belleza, el erotismo, la juventud, está en lo que trasmite nuestro interior. Lo de dentro siempre vence. ¿Han visto cómo Belén Esteban ha vuelto a ser como antes de la operación? No hay cirugía que gane a la mente. El día que seamos capaces de ver la belleza en la dignidad se hundirá el mercado. Este estúpido mercado de la juventud.