Arquitectura

«Rascacielos-okupas» en el corazón de Plaza de España

Veinte personas residen ilegalmente repartidas en las once plantas del antiguo edificio de Telefónica. A la suciedad y la ruina del inmueble se suman ahora los botellones, que reúnen a decenas de jóvenes en su azotea.

A la suciedad y la ruina del inmueble se suman ahora los botellones, que reúnen a decenas de jóvenes en su azotea
A la suciedad y la ruina del inmueble se suman ahora los botellones, que reúnen a decenas de jóvenes en su azotealarazon

MADRID- En pleno corazón de la capital, en la célebre y concurrida Plaza de España, tres inmuebles sufren los estragos del movimiento «okupa». Aparentemente el lugar no presenta signos de okupación, pero basta alzar la mirada para apreciar unos grafitis que, entre colores variopintos, dejan entrever el rótulo de Telefónica. Se trata de los números 3,4 y 5 de la mítica plaza, lugar pionero en acoger los rascacielos madrileños –en la época de la posguerra– y que ahora ha recibido la llegada de unos nuevos inquilinos. La venta del edificio de la compañía española a la inmobiliaria Monteverde –que pretendía convertirlo en hotel para los soñados Juegos Olímpicos de Madrid 2016– y las consecuencias del estallido de la burbuja inmobiliaria han dejado el edificio desierto y lúgubre.

Un primer intento de acceder resulta fallido –dos marroquíes impiden la entrada– y nos obliga a dar una vuelta por la plaza, donde conocemos a Carmen y Lari, una pareja de rumanos que habitan en la primera de las once plantas. «Estamos aquí porque no hay trabajo. Nunca había ocupado un edificio, y ésta es la primera opción que se nos ha presentado», nos confiesa Carmen, que a sus 26 años lleva cuatro como «okupa». «Antes tenía una calidad de vida muy buena, pero la situación ha cambiado mucho. Trabajo esporádicamente en la limpieza, y el dinero no da para más. Aquí se está mejor que en la calle», sostiene.

Una visita guiada
Conversar con ellos sirve para conocer un mundo oscuro pero, con los efectos de la crisis, cada vez más común. Se trata de un grupo heterogéneo, desde africanos hasta rumanos, aunque también hay portugueses y españoles. En total, este peculiar vecindario roza la veintena de personas.

Lari actúa como guía y nos enseña los entresijos de un lugar que bien podría servir como escenario de película de terror. El habitáculo que antaño albergaba la recepción se ha convertido en su nuevo hogar. El hormigón deteriorado de la estructura, socavones en el suelo, cristaleras destrozadas por los continuos robos, cables sin cobre y kilos de basura... unas condiciones higiénicas deplorables en un panorama desolador. «Es muy importante guardar bien las cosas de valor, ya que hay muchos robos. Hace poco me quitaron el móvil, por eso ahora utilizo cadenas y candados», nos revela Lari.

Nos adentramos en los servicios, donde el agua circula por las tuberías y los insectos proliferan entre olores vomitivos. «Antes había televisiones e incluso teníamos agua caliente. Ahora nos vemos obligados a cocinar con alcohol de quemar», reconoce Lari, que se gana la vida puntualmente haciendo «chapuzas» para un español, y en ocasiones aparcando coches en el cercano Templo de Debod.

Nuestro guía desvela que «en la mayoría de los casos, son los africanos quienes protagonizan los problemas de convivencia. Entran por la puerta de atrás, se emborrachan y acaban con nuestra tranquilidad».

Las peleas que se desatan en el inmueble están relacionadas con los robos. Los «okupas» consultados dicen desconocer prácticas relacionadas con el tráfico o consumo de drogas, aunque, a los ojos del que escribe, se da por supuesto.

Guarida de grafiteros
Todas las plantas del edificio presentan el mismo grado de devastación. Los continuos hurtos han despojado el lugar de sus bienes más preciados. Las pintadas, algunas de indudable calidad artística, cubren buena parte de las desnudas paredes. Casualmente, y según ascendemos por las escaleras de emergencia –por la parte de atrás–, nos cruzamos con dos jóvenes dispuestos a realizar un nuevo grafiti, pero Lari hace de guardián y les impide proceder con su tarea.

Tres pisos hemos subido, y nuestro nuevo colega, pidiendo previo permiso, orina a sus anchas sobre una de las paredes.

Al alcanzar la cima del bloque, una azotea desguarnizada sirve como lugar de botellón para una muchedumbre de adolescentes. Dos de ellos, fundidos en un tierno abrazo, nos confiesan que acuden de vez en cuando para disfrutar de las maravillosas vistas que de la ciudad se tienen. Una vez inmersos en el grupo, entre litronas y porros que «rulan» de mano en mano, sólo con mirar al horizonte algunas «joyas» de Madrid están a nuestros pies.

Los jóvenes haciendo botellón son la principal causa de la continua presencia policial. «La Policía Municipal está obligada a acudir al requerimiento de cualquier ciudadano. El desalojo –competencia de la Policía Nacional– sólo es posible tras la orden judicial, por lo que no se les puede sacar de allí así como así», aseguran fuentes municipales. Pobreza y porquería sucumben el día a día de Lari, Carmen y otros tantos «okupas» que, esperanzados, añoran una mejor vida.


La cara más amarga de la burbuja inmobiliaria
Este céntrico e histórico lugar, que vincula la Gran Vía con la calle de la Princesa, aloja construcciones de notable envergadura, como el Edificio España y la Torre de Madrid. La calle de Bailén sitúa la plaza muy próxima al Palacio Real. La importancia de su emplazamiento no es obstáculo para el movimiento «okupa». La explosión de la burbuja inmobiliaria ha congelado operaciones de compra-venta de elevada cuantía y ha fomentado el abandono de algunos inmuebles.
El Edificio España, con 25 plantas y 117 metros de altura, se encuentra deshabitado. Un portero de seguridad, de la empresa Prosegur, es su único ocupante y cuenta que su función queda reservada a evitar «incidentes» como los que se producen en el antiguo edificio de Telefónica. Junto a este edificio se encuentra la Torre de Madrid –ambos conforman uno de los conjuntos arquitectónicos más importantes de la ciudad–, que espera un inversor para la mitad de sus pisos.


Los secretos del antiguo edificio de Telefónica
Lari, de 38 años, se presta a enseñarnos los secretos de su «habitación». Sin electricidad –el cobre ha sido robado– pero con agua corriente, vive junto a su novia Carmen y dos perros. Los destrozos en el inmueble son generalizados. La superficie del interior presenta grandes socavones, producidos por los espacios de los ascensores. Subir de un piso a otro puede resultar peligroso