Asturias
Carlos Saura alumbra el nuevo Centro Niemeyer
«La luz» es la primera exposición con que se abre el Centro Niemeyer, una puesta de largo que ha hecho posible Carlos Saura (comisario junto a Asier Mensuro y con la ayuda esencial de López Linares), abierta a todos los públicos, muy sensorial, en la que se ve, se toca y se puede interactuar con cada una de sus esquinas.El maestro estaba satisfecho, encantado con el resultado de un trabajo agotador de ocho meses.
El director abre el fuego con una primera sala en la que se entra casi a ciegas: «De la oscuridad a la luz», reza un cartel. En una pantalla una niña camina, y, cuando está casi a punto de tocar al espectador, una venda le cae en los ojos. Se hace entonces la oscuridad unos minutos eternos. «Si os movéis un poco vais a perder el sentido de la orientación», advierte Saura. La sala siguiente da paso a una maqueta de un ojo humano y nos muestra en una pared doce pares de ellos maquillados.
El ojo a través de la imagen de un fotomatón y la reflexión entre el ojo biológico y mecánico en una colección de diez cámaras históricas y en pleno uso que posan desde una vitrina. La exposición (en la que se puede fotografiar y grabar) alterna proyecciones y juega con las sombras, como una joya animada que deja ver a una «Carmen» centenaria sobre una pared blanca. Sabe el terreno que pisa (autor es de la novela «¡Esa luz!», en alusión al peligro de las luces encendidas durante la Guerra Civil) y se maneja como pez en el agua. Lleva colgada una cámara al cuello y le da un beso a su hija.
Antes de entrar en la sala de los espejos advierte: «Cuidado, no os vayáis a tropezar», mientras posa frente a una reproducción de Las Meninas, «el cuadro más maravilloso de la historia de la pintura. Nos mira Velázquez. Supo sintetizar el saber y la técnica de los grandes». Un poco más adelante surge el color, con la luz siempre presente que servirá para explicar ese viaje iniciático, ese documental vivo que Saura ha querido trasladar al Niemeyer. La guinda está en la cúpula, impresionante, en la que se proyectan cuadros históricos (con variantes a modo de retoques, en De Chirico, Magritte y tantos maestros) cuando el sol, la luz máxima, se oculta. Hay que mirar hacia arriba para ver.
Y se puede escuchar a Bach tumbado en unas hamacas mientras grandes lienzos pasan delante de los ojos de uno. Saura dice que no conocía Avilés: «Me propusieron esta exposición y acepté. Tendré que hacer un seguimiento de cerca para que no se deteriore», dice a las puertas del Niemeyer, a plena luz, un edificio que le dió algún dolor de cabeza, «aunque al final lo hemos conseguido». Dice que ha dibujado en papel la exposición entera. Quizá dé para otra nueva o un libro futuro.
Jessica Lange, la fotógrafa
Saura abre el fuego, pero ya hay en cartel un programa de exposiciones de impacto que traerá hasta Avilés en mayo las polaroids del ahora director, ahora artista plástico, Julian Schnnabel y que dejará un hueco de honor para que Jessica Lange cuelgue sus fotografías, cuando entremos en septiembre. También hay sitio para los autores de la tierra y el relevo del cineasta lo tomará Hugo Fontela, un joven valor de 24 años.
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