Internacional
La trampa del faisán
Nombrar ministro de Interior a uno del faisán es incomprensible. A no ser que lo hayas planeado. ¿Cómo vas a arriesgarte a que la Prensa lo destroce desde el comienzo? ¿A que la gente no hable de otra cosa? Es mucho más fácil ascender a uno de entre las decenas de asesores de Rubalcaba. Ministro nuevo y desconocido, y punto. Poner a Camacho conllevaba arrostrar los huevos del faisán, a punto de convertirse en torrilla judicial en la sartén de Ruz. Alfredo Pepunto lo sabía. Lo sabía el propio Camacho. Lo sabía Zapatero. ¿Por qué, entonces? ¿Para qué soportar bailes en torno al nuevo ministro y hacerle amargo el breve trayecto hasta la disolución del Gobierno? Se me ocurre una razón enfermiza y, por lo tanto, más que probable. Antonio Camacho tendrá que aguantar desde ahora el fogueo parlamentario de Soraya y Gil Lázaro. Llenará portadas veraniegas día sí, día también. Y, por supuesto, también el candidato socialista, que era su jefe directo cuando se produjo el chivatazo. Y será precisamente para que la campaña quede marcada por el caso faisán. Las encuestas han demostrado que cada vez que el PP entra en la batalla antiterrorista y especialmente en el asunto del bar vasco, baja. Sobre todo desde que se vende lo de Bildu como camino hacia la «paz». Alfredo, ya se sabe, no aspira a ganar, sino a minimizar el desastre electoral. Poner el faisán de señuelo es una maniobra inteligentemente perversa.
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