Izquierda abertzale
El desencanto
Me parece bien que el etarra José María Sagarduy Moja, alias «Gatza», abandone la cárcel y salga en libertad. No malinterpreten mis palabras. Me parece bien porque ha cumplido íntegramente su condena y le corresponde, según las leyes de un Estado de Derecho, ser libre de nuevo. Y me parece mejor por su desencanto. El egocentrismo de un terrorista preso durante algo más de treinta años le lleva a pensar que todo el mundo está pendiente de él. Más aún, si en esos treinta años ha seguido creyéndose un héroe, un luchador por la independencia de una nación que nunca ha existido como tal. Le harán algún homenaje y aquí paz y después gloria.
José María Sagarduy asesinó a su primera víctima con poco más de veinte años. Era un joven imbécil y perverso, arrebatado de patrias inventadas y melancolías de aldea. Asesinó en Guernica a Juan Cruz Hurtado, y poco después en Ondárroa a José María Arrizabalaga. En la veintena vital entró en la cárcel. Y ahora sale cincuentón. Se va a sentir ajeno en una sociedad con la que lleva treinta años divorciado. Crecer de golpe treinta años no puede resultar agradable. Las chicas que dejó son hoy unas señoras probablemente fondonas. De haber visto día tras día su evolución, hoy le parecerían unas valquirias estupendas, pero se va a llevar un porrazo visual y estético.
Y el desencanto le vendrá cuando compruebe que sus treinta años de cárcel no le han servido para nada. Ni la ETA ha triunfado, ni el comunismo se ha impuesto, ni el nacionalismo se mantiene en el poder. El «Lehendakari» es un López, un maqueto, que gobierna apoyado por los votos parlamentarios del Partido Popular. Si algún pensamiento o reflexión pueden emerger de su inteligencia de botijo, Sagarduy se formularía muchas preguntas y no hallaría ni una sola respuesta satisfactoria respecto a su fracaso. Es casi una nada con treinta años más sobre los hombros. Los novecientos inocentes asesinados por la ETA, por él y sus compinches en barbaridades sanguinarias, son los héroes, no ellos. Y aquella banda terrorista que le llevó de la perversidad a una condena de treinta años, es hoy un manada debilitada, no por los Gobiernos, sino por una sociedad unida y comprometida con sus víctimas. Dejó una máquina poderosa de sangre y hoy, treinta años más tarde, se encuentra con una bicicleta pinchada. Treinta años perdidos por ser un criminal imbécil. De «Euskadi ta askatasuna», nada de nada. La única posibilidad que tiene la ETA para sobrevivir no es otra que la debilidad del Gobierno, y es de esperar que la sociedad no se la permita.
La Justicia ha cumplido con su palabra y ha puesto en libertad al cincuentón perdido. Nada es como era, empezando por su cuerpo. Lo que le reste de vida, lo hará abrazado al rencor y al odio. Odio y rencor hacia sí mismo, principalmente. Y en unos meses, su figura se perderá en los grises del olvido y de la indiferencia. No espere ni en sueños la gratitud de los que lo envenenaron para asesinar en nombre de no se sabe qué. Al salir en libertad ha perdido el único valor que tenía para el movimiento asesino al que pertenece. Ya no es ni un preso. Para ellos, un preso es moneda de cambio, motivo de chantaje y causa de coacción. En libertad, el tal «Gatza» ha perdido toda su cotización. Y no creo que se atreva, después de treinta años, a volver a matar. Con cincuenta años se corre menos ante la Guardia Civil que con veinte. Con la libertad se ha reencontrado a sí mismo. La soledad del excremento.
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