Contra el acné

Todos los tópicos de la película de iniciación se dan cita en «Aquello que amamos»: el despertar sexual en brazos de la mujer madura; la rebeldía expresada a través de la música; la camaradería masculina; el primer amor imposible, a lo Romeo y Julieta… Sin embargo, el filme de Jacek Borcuch muerde la manzana del «dejà vu» sin sentirse demasiado culpable, haciendo de su frescura de espíritu su principal valor de cambio. Es una buena idea que la eclosión de la testosterona adolescente de Janek coincida con el momento en que el sindicato Solidaridad empieza a hacer ruido contra el régimen comunista del mariscal Jaruzelski. Aunque Borcuch nunca evidencia los paralelismos, salta a la vista que la Polonia de 1981 es una nación con ganas de hacerse un tratamiento antiacné. Sin embargo, al margen de sus intenciones políticas, la película funciona sin complejos como una celebración de la adolescencia como etapa de descubrimiento. Sus dos mejores escenas gravitan sobre ese instante en que la muerte y la separación nos empujan a entrar en la edad adulta. Son instantes en los que las dotes de observación del director polaco transmiten el ardor y la duda de una conciencia a medio hacer, dispuesta a comprender el mundo.