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Ayudar a morir
Irse de este mundo no parece que sea una cosa sencilla. Sobre todo para los enfermos terminales. Entre otras razones, porque muchos de ellos ni siquiera saben que están a un paso de la muerte. Pero es que no todos quieren saberlo. Existe el derecho a saber, pero también a no saber. Se ha puesto de moda decir a los enfermos lo que es como es, sin contemplación alguna. Aquí vamos de extremo a extremo: o lo ocultamos todo o lo cacareamos sin piedad, incluido lo que no hace falta. ¡Cómo si decir la verdad fuera decirlo todo! Claro que es por nuestro bien. ¡Cómo no! Así podemos despedirnos y arreglar asuntos prácticos, dicen. La pregunta es: ¿saber la verdad ayuda a morir? Personalmente creo que sí. Pero hay que respetar, también, el derecho a no saber. Hay personas convencidas de que la ignorancia adelgaza el sufrimiento. Se saben incapaces de convivir con un pronóstico de vida corto y piensan –sus razones tendrán– que, «ojos que no ven, corazón que no siente». Se informe o no se informe, lo que importa es que el enfermo sienta que no está solo. Que se está haciendo cuanto es posible por él. Dicen los que saben de estas cosas que es el médico el que más puede en las horas bajas. ¡Que se apliquen el cuento! Sanos, todos somos fuertes. Pero, en cuanto nos roza el dolor, nos damos cuenta de que tararí que te vi. Mirar a la muerte a los ojos ha sido, es y será un espanto.
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