Cataluña

Hablemos de historia por Enrique Morera Guajardo

«Con Pujol retirado sólo quedaba aprovechar el momento del descontento de una brutal crisis»
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En 1986 se podía hablar de luna de miel entre el Principado y el Reino. Con 82 competencias traspasadas (hoy 189, en mayor número que cualquiera como desde 1978), los catalanes (Tarradellas, Pujol) se habían comprometido con el Estado. Por mandato constitucional Cataluña había obtenido la plena autonomía desarrollando sus instituciones y su lengua. España estaba tranquila; Cataluña había demostrado no sólo lealtad institucional sino que había sido uno de los actores principales de la Transición.

Tan colmadas estaban las aspiraciones, que coincidiendo con las elecciones y propiciado por CiU (Pujol), se quiso participar activamente en la política del Estado a través del PRD (operación Roca). Recordaba el tándem surgido a principios del XX bajo los auspicios de la Lliga Regionalista formado por Prat de la Riba («Catalunya endis; hacia dentro») – Cambó («Catalunya enfora; hacia fuera»), uno en Cataluña, otro en Madrid. Unos 70 años después, los políticos catalanes insistían en esa contradicción política, como conocidamente tan bien expresó Alcalá-Zamora (1918) cuando señaló: «S.S. pretende ser, a la vez, Bolívar de Cataluña y Bismarck de España». Cambó, que era el aludido, reconoció apesadumbrado que: «En el fons expressava una gran veritat».

Dentro de la premeditada ambigüedad en la delimitación del marco competencial máximo al que se aspiraba, en una célebre conferencia (1991) el president Pujol hizo una defensa de la españolidad de Cataluña y lamentó que la voluntad de intervenir directamente en la política española a través de la operación Roca sólo encontrase «el rechazo». Se ponía de manifiesto, una vez más, que los políticos catalanes se equivocaron con el método para alcanzar el espíritu de la Lliga: «Catalunya gran dins una Espanya gran», que perfectamente podría responder, aún hoy, al anhelo de la mayoría de los catalanes, si alguien no se hubiera encargado de lo contrario. En lugar de reconocer el error, como Cambó, se volvió a lloriquear: «Nos rechazan». Retrocedimos en el tiempo.

Con el desastre de la operación Roca, los políticos catalanes se encerraron en su feudo, sin más objetivo que «bunkerizarse» potenciando, como nuevos «señores» del Principado, la influencia en su oasis. No buscaron otro modo de proceder más acorde con la culminación, aunque siempre mejorable, de los objetivos por los que tanto se había luchado. Para la «vuelta a los cuarteles» se necesitaba alejarnos de España. Como denunció el historiador Xavier Casals refiriéndose a esta época: «Cataluña experimenta una secesión ligera por la creciente lejanía emocional que sus ciudadanos sienten hacia España. (...) están dejando de sentirse españoles sin por ello devenir antiespañoles».
Recientemente, con ocasión de una conferencia sobre la crisis económica (julio 2012), Pujol llega a constatar: «(…) la carencia de una clase política española nacional y patriótica. Capaz de atender al interés general». Evidente. Apoyar, en ocasiones de forma determinante, la consolidación democrática o la gobernabilidad del Estado, sin coadyuvar también mínimamente al mantenimiento y desarrollo de vínculos y sentimientos comunes nos ha traído estas consecuencias. La responsabilidad, sea cual sea su grado, debe ser compartida entre Cataluña y el resto de España que, tradicionalmente, no ha diagnosticado que el sentimiento, o su falta, es una bomba con espoleta retardada que sólo espera el momento oportuno. Por contra, si los políticos del Principado, en lugar de alejarnos de España, nos hubieran acercado, mucho más se hubiera logrado. El temor a perder la identidad propia, que por otra parte es exagerado para justificar el nuevo «señorío», ha sido un gravísimo error. Esa identidad, cuyo máximo exponente es la lengua, ha sobrevivido siglos y a todo tipo de situaciones; por añadidura, en el marco constitucional se expande sin trabas. Pasó lo inevitable. Hay un refrán portugués que lo describe perfectamente: «Palabra puxa (provoca) palabra». Los irreductibles del resto de España, y a través de los medios utilizando un lenguaje desaforado, «entraron al trapo» arrastrando a parte de la clase política, –que si bien no reflejaban el auténtico sentir de España hacia Cataluña– volvieron a abrir una herida, cuya infección, bien alimentada por los nuevos «señores», consciente o irreflexivamente, hoy nos supura a todos.
Con Pujol retirado (alguien debería ir pensando en hacerle un homenaje en vida, ya que lo cortés no quita lo valiente) y siendo inalcanzable su talla política, sólo quedaba aprovechar el momento del descontento de una brutal crisis económica. Los «señores» han cambiado, las situaciones –como iremos viendo– son similares. Cuando las cosas van mal, la culpa siempre es del exterior. De paso, los «señores» buscan incrementar sus regalías. Pero ello no puede llevar a España a que entre, de nuevo, «al trapo». Ni por ella ni por los catalanes. Hay que vigilar, muy mucho, el lenguaje. No hay que dar más excusas, porque una cosa es Cataluña y otra muy distinta, los políticos que se apropian y dirigen su sentir. Todo lo que se diga sobre Cataluña será, en mayor o menor medida, sentido por todos los catalanes. Eso lo saben, y a eso juegan.
Los hechos que rodearon la aprobación del Estatut de 2006, sin un gran pacto de Estado y dejando fuera al PP, fueron otra gran equivocación aprovechando la irresponsable promesa electoral y debilidad de Zapatero. Cualquiera podía anticipar la sentencia del TC. La tomadura de pelo a toda España, fue monumental. Cuando desde el Principado se piden explicaciones a Zapatero sobre la sentencia del TC, el «ex» da por respuesta: «Misión cumplida». Él había salvado su legislatura y para ello no dudó en frustrar (con muy poca base pero dando una gran excusa), a muchos catalanes que no distinguirán tampoco a Zapatero del resto de España. ¡Qué poca visión de Estado y que forma más fácil de excitar el sentimiento antiespañol! Pero sigamos retrocediendo en el tiempo, con una visión diferente de los hechos que la que se nos ofrece por los «señores» del Principado.
Desde el XIX hasta la Guerra Civil la política española se debatía, entre dinásticos y republicanos, entre movimientos de la clase obrera y el caciquismo que tampoco faltaba en Cataluña. La aspiración autonómica catalana se enmarco cíclicamente en este entorno, coincidiendo siempre con lacerantes crisis económicas. Hasta 1931, la política entre Cataluña y España viene marcada por el movimiento regeneracionista y regionalista encarnado en la Lliga de Prat de la Riba y Cambó. Se reclamaba (según Riquer, cuyo trabajo recomiendo) y salvo minorías, la descentralización administrativa (Mancomunitat de las diputaciones) y la autonomía federalista dentro de España, ambas superadas por el vigente Estatut.
Ha calado en Cataluña que la Guerra Civil, fue en buena parte una guerra contra ella. A pesar de tratarse de una barbaridad histórica, que poco se habla en el Principado de la enorme responsabilidad del establishment catalán y de sus significados líderes que acabaron «de la mano» con los partidos de derecha durante la II República. Nadie parece querer recordar su participación activa en el Consell que sustituyó a la suspendida Generalitat de Cataluña desde 1934 a 1936, o el apoyo, tácito o expreso, al alzamiento militar de 1936 del propio Cambó, Bertran i Musitu, Ventosa y Calvell, entre otros muchos. No eran independentistas, simplemente formaban parte de una de las «dos Españas». Hoy, superada esa división, nos enfrentamos a otra de origen y significado distintos pero que pretende justificar sus raíces en hechos históricos, que por objetivos admiten otras interpretaciones menos sesgadas. En EL próximo artículo seguiré recordando la agitada historia de España del XIX en donde se enmarcó la aspiración autonomista de Cataluña.