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«La Roja» se pone morada por Martín Prieto
Sir Winston Spencer Churchill no fue un alcohólico anónimo, sino público. Hablando en la Cámara de los Comunes una diputada laboralista, más fea que pegar a una madre, le espetó: «Cállate Winston que estas borracho». «Sí –contestó el héroe–, pero lo mío se me pasa y lo tuyo no tiene remedio». No deja de ser paradójica la templanza de los antagonistas del León Británico: Hitler y Mussolini eran abstemios, vegetarianos y aborrecían el tabaco. Abraham Lincoln hasta la batalla de Gettisburg, desesperaba porque la Unión, retrocedía de derrota en fracaso y la Confederación estaba a las puertas de Washington D.C. Nombró jefe del Ejército al General Ulysses S. Grant ante el escándalo hipócrita de sus ministros («Es un borracho»). «Sí, pero es el único que ataca». Grant llegó a ser presidente de los EEUU y en su honor se destiló el whisky que aún lleva su apellido. El inglés general Gordon resistió solo en Jartum hasta su muerte frente a las hordas fundamentalistas de El Madhi, y, conociendo sus costumbres, aún se le recuerda gracias a la excelente ginebra «Gordon's». Prefiero no escribir de Faulkner o de Allan Poe, por no hacer este bestiario interminable.
A Ignacio Calderón, director de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, habría que mandarle a callar como a la laborista británica por correveidile melindroso. En los sanfermines se bebe hasta el hartazgo pero en un contexto escasamente detestable. Que «La Roja» se haya dado un festejo tras tanto tiempo de angustias, esfuerzos y nervios, es propio de hombres que merecen el respeto de mirar para otro lado. El único escándalo de «La Roja» ha sido el 4 a 0. Si viviera Jesús de Polanco, la fundación no habría hecho el ridículo.
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