Historia

Estreno teatral

Gentecilla para votar

La Razón
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De los bufones, y otros «hombrecillos» o «mujercillas» o «sabandijas de Palacio», como también se los llamaba, han pervivido dichos más o menos auténticos, e historias divertidas o tristes, y muchas veces interesantes y admirables; y, si nos quedan pruebas del desprecio con que eran mirados por algunos, también las tenemos del respeto y el afecto que otros les mostraban.

Entre aquellas historias, hay que recordar, así sean cien veces, la de la Catalinilla, que no era una menina, ni una criada de menina, sino una criadita de otra criada muy de rango inferior, y estaba en un nivel ciertamente más bajo que la mayoría de los bufones e incluso que el de las desgraciadas criaturas deformes que estaban allí precisamente para divertir por su deformidad.

La Catalinilla era realmente como nada, pero, los días invernizos en que hacía sol, recogía el calor de éste en su mandilillo, e iba a guardarlo en su arquetilla, y tal hecho nos conmueve todavía mucho más de lo que podrían interesarnos los «arcana Imperii» o secretos y funcionamiento del montaje político, que con frecuencia son innombrables.

Todo depende en estos casos de la concepción y la práctica que tengan del poder nuestros señores de hoy. Porque, por encima de las puras denominaciones del tiempo, hoy mismo ahí están la idea y la práctica del poder «cosmocrático» como el de los faraones y otros sátrapas, que machacaba todo rastro de existencia anterior, y se afirmaba como origen del mundo; y también como su fin, y, al morir, se llevaban por delante o a sus mujeres, a sus cortesanos y guardias personales, a la continuidad de la historia misma, para lo que se decretaba la castración, o la muerte de los niños en el seno materno o después de nacer.

Pero dejemos de lado este asunto del poder en sí mismo y todo este horror antiguo y moderno a su respecto. Volviendo a aquel asunto de bufones y hombrecillos y mujercillas de Corte, diremos que al bufón de Corte se le permitía decir lo que a nadie se permitía, pero también que no había inconveniente en decir un par de verdades a quien como en la escena que nos cuenta don Francesillo de Zúñiga, bufón del emperador Carlos I, sobre el paso de éste por Calatayud, donde un labrantín de entre la muchedumbre, como vio que aquél iba con la boca abierta, porque los Austrias padecían prognatismo y no podían ajustar fácilmente sus mandíbulas, le dijo al pasar: «Cerrad la boca, Majestad. Moscas de esta tierra son traviesas»; y que Carlos contestó: «Del necio el consejo», pero, al enterarse luego que era muy pobre, ordenó que se le diera un socorro y alivio.Y no pasó más.

Y por supuesto que don Francesillo cuenta todo esto como cosa graciosa, aunque no lo veamos nosotros de este modo, sino que lo que más nos importa es lo que la historia significa en cuanto a señorío de sí mismo y conciencia de su poder por parte del Emperador; lo que suscita algunas melancólicas reflexiones, cuando se piensa en esta administración de un poder autocrático, en comparación con la administración de otros poderes delegados y de autoridades postizas de ahora mismo, de cuyas providencias el labrantín no hubiera salido seguramente tan bien librado.

Y, como poco, hubiera tenido que cargar con pesada y amarga contestación, llena de sapos y culebras, que inimaginables en otras épocas de mayor civilidad, están ahora a diario en la boca de los hombres públicos, y se aceptan en el lenguaje público y político de hoy, como algo normal, y se supone, por lo tanto, que son también algo perfectamente correcto según los vigentes parámetros de la alta vulgaridad. Y a nosotros, que somos como su gentecilla para votar, se nos ofrecen así magníficos ejemplos de corrección política y delicado nivel cultural, y desde luego, invitan a abrir la boca ante los nuevos mundos y las maravillas que nos prometen estos nuestros señores, que tanto ruido de moscas hacen.