Afganistán

Afganistán y los terroristas

La Razón
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La noticia de que dos soldados españoles destinados en Afganistán han sido heridos tras un ataque talibán recuerda que en aquel país sigue viva la guerra, una guerra cruenta y sin cuartel. Pese a los eufemismos y circunloquios que emplea el Gobierno para no reconocer la naturaleza bélica del conflicto, lo cierto es que los enfrentamientos armados han dejado de ser la excepción para convertirse en el pan de cada día. Aunque es verdad que la información militar debe manejarse con prudencia y sin alarmismo, sobre todo la relativa a las acciones de guerra, está por ver que el apagón informativo del Ministerio de Defensa obedezca a la cautela antes que al maquillaje de una realidad que desmiente su discurso político, según el cual el Ejército está allí en «misión de paz».

Lo cierto es que, según publica hoy LA RAZÓN, en sólo mes y medio nuestros soldados han sufrido unos 60 ataques, de los cuales 10 fueron con minas y 30 con bombas trampa, y han participado en 21 combates. En los últimos cuatro años, el número de militares heridos, contados los de ayer, se eleva a 30; los muertos, ya sea por accidente o por acción de guerra, son 91. La elocuencia de las cifras hace inútil cualquier esfuerzo del Gobierno por pintar de color de rosa la invasión de Afganistán. Los militares españoles, que se juegan a diario la vida en el cumplimiento de las órdenes recibidas, bien merecen que se les reconozca públicamente su sacrificio y se les trate como son, soldados, no como trabajadores sociales. Pero también los ciudadanos tienen derecho a que el Gobierno les explique de modo convincente por qué más de mil españoles están combatiendo a los talibán. Si de la retórica oficial se elimina la palabra «guerra», carece de sentido que España envíe soldados: debería enviar cooperantes y ayudantes humanitarios. Por tanto, ya es hora de que el Gobierno se desprenda de esa hipocresía «pacifista», alimentada demagógicamente a raíz de la guerra de Irak, y diga la verdad a los ciudadanos. Esto es, que el Ejército ha sido enviado a Afganistán en cumplimiento de los compromisos internacionales de España para combatir las bases del terrorismo islamista, que se nutren de las redes talibán.

La seguridad de nuestras calles, estaciones de tren y aeropuertos empieza a miles de kilómetros de aquí. Por tanto, es obligación del Gobierno informar sin veladuras políticas de la misión española, de sus riesgos, peligros y vicisitudes. Y también está obligado a no enmascarar el verdadero rostro del enemigo: los fanáticos islamistas. La apuesta por la Alianza de las Civilizaciones no justifica que se rebaje la gravedad de la amenaza ni su índole. La política exterior del ministro Moratinos, unida al sesgo ideológico del PSOE, padece la esquizofrenia de combatir a los islamistas en Afganistán mientras en Gaza justifica al grupo terrorista Hamas y guarda mutismo frente a Irán y sus delirios nucleares. No tiene sentido ni es congruente que nuestros soldados arriesguen sus vidas en Herat al mismo tiempo que sus enemigos islamistas, establecidos en el sur de Líbano o en los territorios palestinos, reciben ayuda y comprensión. La lucha contra el terrorismo internacional no admite distinciones ni dobles raseros.