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Ceporro con puñetas por César Vidal

La Razón
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Llevaba meses anunciando en la tertulia de Es la noche de César cuáles iban a ser las sentencias de los tres casos del juez Garzón y dado que he acertado tres de tres no puedo decir que me sorprenda la última relacionada con la investigación de los crímenes de los vencedores de la guerra civil. Sostenía yo en la tertulia que modero que aunque mi posición personal era similar a la del voto particular redactado por el magistrado Maza, sin embargo, estaba convencido de que el Supremo se inclinaría por una sentencia que podría resumirse en un «es usted un ignorante supino, pero esa circunstancia, triste e innegable, no lo convierte en prevaricador». A decir verdad, la resolución constituye una trituradora de toda la propaganda zapaterina sobre la mal llamada Memoria histórica y, sobre todo, de la bochornosa endeblez jurídica de Garzón. Diferencia el texto la búsqueda de la verdad histórica, siempre interpretable y vinculada a la perspectiva del tiempo, de la que debe emprender un juez de lo penal que debería buscar no sembrar la compasión sobre las víctimas sino encontrar a culpables, juzgarlos y condenarlos, algo que Garzón no podía hacer en ningún caso.
Señala igualmente que no se puede iniciar una causa contra los crímenes de la guerra civil porque prescribieron hace años –algo que Garzón sabía– que no se les puede aplicar retroactivamente la consideración de crímenes contra la Humanidad ya que la Convención de Viena es posterior; que la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos humanos es obviamente contraria a las acciones de Garzón; y que crímenes de guerra cometieron –¡ay ZP, ay Cayo Lara, ay Valenciano!– los dos bandos en no pocas ocasiones. Desmonta totalmente la interpretación de la Transición impulsada desde cierto sector de la izquierda en el sentido de que el franquismo impuso su impunidad como las dictaduras argentina y chilena para recordar que, en realidad, todas las fuerzas políticas cedieron algo para permitir una convivencia que evitara la guerra civil, que fue la izquierda la que más énfasis puso en la ley de amnistía de 1977 y que, por supuesto, ésta sigue vigente como el mismo Garzón puso de manifiesto al rechazar la querella interpuesta contra Santiago Carrillo por las matanzas de Paracuellos. Y a todo lo anterior, añádase que la resolución va pulverizando todas y cada una de las suposiciones de Garzón para dejar de manifiesto que no pasó de ser un zote jurídico, una calamidad judicial, un verdadero ceporro con puñetas. Lo han absuelto, sí, pero, tras leer la sentencia, da la sensación de que a los magistrados les ha faltado un pelo para concluirla con el título de aquella novela de Álvaro de Laiglesia que tenía por nombre «¡Dios le ampare, imbécil!».