Francia

El pantalón corto

Es constitucional, pero sólo eso. En localidades costeras se puede aceptar. En las ciudades del interior, no. Abundan en Madrid los pantalones cortos masculinos, repugnantes. Esas piernas, esos pelos, esas chancletas.

 
 larazon

Y lo que es peor. Esas camisetas sin mangas que completan el terrorífico conjunto. Cruzaban la Gran Vía tres generaciones de una familia. El abuelo, el hijo y el nieto. Los tres con pantalón corto. Los tres con camiseta. Los tres con chancletas. Lo sentí por el niño, que ninguna culpa tiene.

En mi infancia, me echaba para atrás la visión de los hombres con pantalón corto en Francia. No entendía tamaña asquerosidad. Una mujer con «shorts», siempre que tenga las piernas largas y los años medidos, es una maravilla. Un hombre siempre es un fantoche de esa guisa. En España, sólo llevaban pantalones cortos los jefes de centuria de la Falange y los monitores de los «Boy Scout». En ambos casos, de expulsión del país, aunque expulsar de España a los falangistas en la década de los sesenta del pasado siglo no era tarea sencilla.

Nadal, al que tanto admiro, ha tenido mucha culpa en lo de las camisetas. Ganó Wimbledon y supo que había terminado la amnistía. Pero otros tenistas siguieron la espantosa moda. Del Potro, el argentino, tan serio, tan trascendente, tan sucio en el sobaquerío boscoso. Ahora las camisetas han unido a los extremos. Los niños mal de familia bien las llevan con la estrella roja y la imagen del Ché. Los niños mal de familia peor no se las quitan ni para dormir. El verano tiene estas cosas.

Desnuda la estética y nos hace más guarros. En ese aspecto, los árabes son admirables. Por plomizo que sea el calor del desierto, mantienen la estética en la vestimenta. Un dromedario no aceptaría en su joroba a un chancletero camisetero. Occidente se desmorona cuando el calor aprieta. Los americanos visten de flores y zapatos blancos. Los europeos de cochinos. Dios nos asista.