San Antonio

Memorias inéditas de una adolescencia con Picasso

Uno de los documentos más importantes sobre los años del joven Pablo Picasso en Cataluña sigue sin publicarse. 

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BARCELONA- Decía Pablo Picasso que «todo lo que sé lo aprendí en Horta». La frase demuestra que fue en Horta de Sant Joan, o mejor dicho Horta d'Ebre como a él le gusta llamar a esta localidad, donde aprendió a enfrentarse con la vida tras ya saber lo que era ser pintor. A este pueblo llegó por primera vez en el verano de 1898 en una estancia que se alargó hasta febrero del siguiente año gracias a la invitación de Manuel Pallarés, a quien había conocido el primer día de clase del curso 1895-96 en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona. Entre los dos hubo una intensa amistad que se prolongó durante 70 años.


Legado en Caldes

De su relación con el joven Picasso, Pallarés dejó constancia en unas interesantes memorias que se encuentran entre los papeles que se guardan en la Fundació Palau de Caldes d'Estrac, el centro que conserva el legado de Josep Palau i Fabre, el principal biógrafo que ha tenido el malagueño. Los documentos, que ha podido consultar LA RAZÓN, nos descubren una historia apasionante. En la introducción a esa autobiografía inédita, el propio Palau recuerda que el texto fue redactado por Pallarés a sus 90 años, con un candor «casi infantil». En este sentido el especialista dice que la sencillez del redactado tiene un doble mérito: «el de la autenticidad de todo lo que nos dice y el de aclararnos el carácter de su amistad con Picasso».

Palau mecanografió las 67 páginas de «Mi vieja amistad. Memorias» a partir del manuscrito de Pallarés, original que parece estar hoy guardado en la colección privada de los herederos de Pallarés. Pero el amigo picassiano también le entregó algunas variantes manuscritas a los textos, así como notas. El epistolario guardado en la Fundació Palau sugiere que el escritor intentó publicar la autobiografía y consultó con el propio Picasso detalles sobre el escrito, pero la empresa no llegó a buen puerto. Pallarés reclamó su original y nunca más se supo de él. En 1998, Palau acarició la idea de intentar de nuevo la edición, aunque otra vez sin éxito. Posteriormente otros especialistas picassianos, como el estadounidense John Richardson, intentaron la consulta de las memorias pero sin lograrlo.

El libro que no fue se inicia así: «Yo, de muy jovencito, tenía mucha afición y disposición por la pintura y también me gustaba mucho el deporte y la caza. En lo que toca al dibujo, lo manifestaba siempre que tenía un momento libre, embadurnando papeles y paredes».

Compañeros de clase

Picasso y Pallarés se conocieron en la misma clase de Anatomía Pictórica cuando ambos son unos quinceañeros. Tienen los mismos profesores, como Antonio Caba o Modest Urgell. Tras las lecciones del día en Bellas Artes, los chicos salían juntos. «Por las mañanas, a pasear nuestro garbo y a bautizar a las mujercitas, lo mismo a las guapas que a las feas, que para todas sobraba tela. Por las tardes, además de otros sitios, frecuentábamos los cabarets; más que ninguno el Edén Concert, para tomar apuntes de las bailarinas».

Al terminar uno de los cursos, Pallarés invitó a Picasso a conocer Horta de Sant Joan de donde era originaria su familia. Horta impactó a Pablo: «Pablo pronto se impresionó de todo. Unas veces le daba por pintar algún rincón o calle del pueblo, como también hacía yo, y otras veces lo hacía en el campo». Es en el campo donde realizaron paseos, a veces a lomos de algún animal, pero siempre llevando consigo sus telas y sus pinturas, incluso con peligro para la vida del malagueño. Un día «antes de llegar al buen camino me volví para mirar a Pablo, y vi que en vez de andar erguido lo hacía andando, arrastrándose por el suelo, y al momento, no sé lo que pasaría, que empezó a rodar por la pendiente, él con su caja; al darme cuenta, dejé yo mi caja y corrí a cogerlo casi al borde de la pendiente, al final de la cual hay un estrecho de dos metros más o menos, por donde pasa un caudal de agua de gran profundidad (...). Si yo no hubiese llegado a tiempo, la caída de Pablo era segura».

Los dos jóvenes vivieron esas semanas en plena naturaleza sorteando lluvias, vientos y fríos, durmiendo en cuevas, pero sin olvidar la obsesión por la pintura. Picasso trabajaba sin parar, al igual que Pallarés, aunque en alguna ocasión los bastidores sirvieron como leña para el fuego. Una de las experiencias más duras fue su asistencia a la autopsia que le practicaron a una joven y a su abuelo fulminados por un rayo, pensando inocentemente en tomar apuntes anatómicos. Pero el visionado de la operación, con un serrucho abriendo la cabeza de la chica, les obligó a retirarse con prontitud.

Las memorias también nos hablan de amistades comunes en Barcelona, especialmente Carles Casagemas, otro pintor inseparable de Picasso y con el que viajó por primera vez a París en 1900. Pallarés los siguió muy poco después, pero antes de salir hacia la ciudad del Sena, «los padres de Pablo me encargaron fuera a despedirme de la madre de Casagemas, porque quería hablarme. Fui y la señora me dijo: "A Vd., que me parece el más formal de los tres, le agradecería mucho que si viera a mi hijo por camino desviado", que yo de buena manera le aconsejara, y que si no me hacía caso, se lo notificara a ella».


Evitar la tentaciones

Cuando Pallarés se reencontró con sus camaradas vivió con ellos en el mismo local. «A los pocos días de haber llegado a París, Pablo ya decoró las paredes del estudio con una gran cenefa en la parte alta de la habitación de dormir, representando las tentaciones de San Antonio. El tema no podía ser más significativo para estar libres de todo mal y apartados del demonio. Sabíamos que en París había mucho de bueno y un ambiente mejor para desarrollar y alcanzar lo que uno siempre pretende, que es honores y dinero. También sabíamos, por otra parte, el peligro que había para nosotros. Así se comprende la composición de la cenefa de las tentaciones de San Antonio, en el cual figuraban muchos episodios que Pablo supo interpretar muy bien».

Una de esas «tentaciones» fueron las mujeres que llevaron por el mal camino a Casagemas. En las memorias, Pallarés apuntó la desesperación de su amigo hacia una muchacha casada llamada Germaine y que provocó que Casagemas se suicidara, episodio que se narra en el libro.

Pallarés concluye asegurando que conserva intacta su amistad con Picasso y que «cada año nos vemos, tenemos mucho que hablar».