Teatro

Sevilla

Y medio siglo sin el «Divino Calvo»

El próximo día 25 se cumplirán los 50 años de la muerte de uno de los diestros más emblemáticos de la historia del toreo: Rafael «El Gallo».

Retrato de Rafael Gómez Ortega «El Gallo»
Retrato de Rafael Gómez Ortega «El Gallo»larazon

En la tertulia de «Los Corales», hoy una oficina bancaria más de la calle Sierpes, consumió sus últimos años, tan gitanamente como llevó su carrera y su vida, Rafael «El Gallo». El 25 de mayo de 1960, al calor de los últimos cafelitos y al olor de los cientos de habanos que le regalaron en los postreros homenajes, el mayor de los Gallo se fue despacio de este mundo en la Sevilla de su alma, apoyado hasta el final en el báculo de su amigo Belmonte.Una folclórica leyenda de rarezas, de anécdotas chistosas, de «espantás» y falsas supersticiones le acompañó desde siempre, hurtando de la historia oficialista del toreo la verdadera dimensión y trascendencia de uno de los más importantes diestros del siglo XX. Porque, licenciado «cum laude» en el Oxford de la Tauromaquia que fue aquella huerta de Gelves donde su padre, el señor Fernando, trabajó de guarda para la casa de Alba, Rafael se apartó de la ruda corriente del toreo decimonónico para introducir fantasía y creatividad en el espectáculo. Antes incluso de que su hermano Joselito y Juan Belmonte abrieran definitivamente las puertas del moderno arte de torear.No fue la suya una vida corriente, ni una carrera taurina al uso, sino un deambular ciclotímico al margen de obligaciones, yendo y viniendo. La vida de un hombre de personalidad melancólica y distraída… o, tal vez, confiada en esas geniales capacidades taurinas que le sacaron siempre de los mayores atolladeros personales, de tantas ruinas pasajeras a las que le llevó su generosidad y desprendimiento pero que pronto, siempre desde el ruedo, se convirtieron en nuevas glorias y alegrías. Porque, por encima del casticismo barato con que tiene a definírsele, aquel torero calvo tenía toda la tauromaquia en su cabeza y en sus manos para desarrollarla sin esfuerzo alguno. Conocedor del toro y de todos los recursos de la brega, dominador de los ocultos poderes de capotes y muletas, pero, al fin, un hombre humilde, no beligerante, sin la ambición egocéntrica que exige la lucha por el trono.El Gallo siempre se dejó llevar. Y por no luchar no lo hizo ni para defender su breve y tormentoso matrimonio con la gran bailaora Pastora Imperio, un enlace rodeado de secretos y misterios cuya ruptura probablemente obedecería a motivos mucho más simples. Tan sencillos como debió ser aquel hombre camuflado tras la leyenda.