Internacional

Pues sinceramente

Tengo la sensación de que no estoy triste. Es más, por una vez en la vida, tengo la seguridad de que no lo estoy. No caben en mi ánimo las dudas ni los problemas de conciencia. Ha sido un despertar agradable, éste del dos de mayo del año undécimo del siglo XXI.

La Razón
La RazónLa Razón

El buenismo deplora la muerte violenta de cualquier ser humano. No soy buenista. Me ha aliviado la muerte de Ben Laden. Un subidón de narices. La muerte de los que matan es menos muerte. Me despierto mañana con la noticia de que han aparecido fiambres De Juana Chaos o «Josu Ternera» y me baño entonando un zorcico. En el baño se canta divinamente, y se alcanzan mejor los agudos, las notas difíciles, casi prohibidas. Ben Laden era sinónimo de terror, de muerte ciega. No era un loco ni un iluminado. Simplemente, un poderoso asesino. Su desaparición tiene que ser celebrada como un bien para la humanidad. La venganza no es cristiana, pero en ocasiones, sabe muy bien. No obstante, Ben Laden seguirá siendo peligroso después de muerto. Sus ejércitos de odio y sangre harán lo posible para homenajear a su jefe máximo con un exterminio de inocentes en cualquier ciudad del mundo libre. Pero mientras tal cosa sucede, que sucederá, nos llama la sonrisa.

Los buenistas hablarán de venganza americana. Ahí no se equivocarán. Pero serán más condescendientes con Obama que con Bush. Los Estados Unidos son así. Una nación compacta que supera las ideologías cuando se trata de defender a su nación. A Bush le asesinaron a tres mil personas y Obama se ha encargado de terminar con el asesino. Veinte hombres y cuarenta minutos. Pero el mundo no terminará de creer la hazaña hasta que sea mostrado el cadáver del gran criminal. Aseguran desde la Casa Blanca que ha sido tratado con respeto y con el rito exigido por el Islam. Me parece muy bien. Pero necesitamos la fotito. Otros rumores apuntan hacia el mar. Otros, que sus restos serán entregados a las autoridades de Pakistán para que hagan con los despojos lo que les venga en gana, y también se dice que será incinerado en la Arabia Saudí, su país natal, y sus cenizas esparcidas en diferentes lugares. Que las esparzan, que las esparzan. Nada tengo que oponer al esparcimiento. No es tarea difícil. Ya lo dijo el gran científico alemán Ghunter Kronenburg, fundador de la prestigiosa Escuela de Garmish. «En el desierto, las cenizas se esparcen con mucha facilidad». Por ese lado, no hay problema.

A pesar de sus apoyos para esconderse hasta de sí mismo, no se podía esperar otra cosa que su caída. Ha sido tardía. Los servicios secretos de la nación más poderosa del mundo han necesitado de diez años para localizar su paradero. Lo de menos ha sido la perfecta operación militar posterior. Pretendo adelantarme. Surgirán voces de la extrema izquierda española lamentando «el uso de la violencia y la fuerza militar» para terminar con la vida de Ben Laden. Tampoco hay que preocuparse por ello. Es más, a los que deploren la muerte del terrorista, yo les envío mi más sentido pésame, con el fin de que no se pongan excesivamente pelmazos. Hoy –por ayer–, Dos de Mayo, fiesta en Madrid y de Madrid, ha amanecido luminoso y claro. No sólo el día, sino la esperanza. «Bildu» ha sido rechazado por el Supremo y Ben Laden ha muerto. Si el Real Madrid remontara esta tarde la eliminatoria, sería demasiado para mi cuerpo. Porque sinceramente… triste no estoy.