Crítica de cine
La becaria por José Luis Alvite
Una becaria que trabaja como periodista en una cadena de radio me comentó su desencanto por culpa de que está a punto de finalizar su contrato. Como se trata de una colega aún muy joven, le sugerí que se tranquilizase porque la vida es larga y encontrará motivos sobrados para peores desencantos. Por si mis ánimos no fuesen suficientes, no me importó decirle que, aun aceptando que el de periodista es un trabajo fascinante, sin duda encontrará maneras menos estresantes de perder el prestigio sin necesidad de perder al mismo tiempo la familia, la inocencia y los nervios. La verdad es que corren malos tiempos para el gremio. Las empresas periodísticas pasan apuros económicos y una buena parte de los ciudadanos más jóvenes renuncian a la compra del diario prácticamente sin haber leído jamás un periódico. A lo mejor es que la gente teme enterarse de la realidad y huye de cualquier posibilidad de que alguien le cuente las cosas de una manera creíble. El caso es que el periodismo lleva camino de convertirse en un oficio al que se dedican unos señores muy abnegados que jamás imaginaron que fuese necesario hacer tantos esfuerzos para volverse pobres, al servicio de empresas en cuyos planes no estaba en absoluto la idea de que iban a necesitar tanto dinero para arruinarse. Yo no sé muy bien qué clase de esperanza abrigaba la becaria deprimida, ni si se siente ahora engañada por quienes la alentaron en sus estudios. Pero por si lee esta columna, le diré que mi idea sobre el periodismo es la de que se trata de un oficio agobiante y mal pagado en el que, a fuerza de insistir, uno se da cuenta de que es un recurso al que algunos todavía nos aferramos para creer que al menos ayudamos a hacer más soportable la espera en la peluquería.
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