Desarme de ETA
Soplando y sorbiendo
Con incontestable claridad moral sostenía Gregorio Ordóñez que el espacio público sólo podía ser digno cuando las ratas circulaban por las alcantarillas. Su sitio estaba en la clandestinidad o en la cárcel. Si conseguían subir a la superficie, esa imagen de los criminales de paseo a plena luz del día se constituía en el certificado de muerte de la democracia. Hoy las palabras de aquel mártir vuelven a cobrar valor con las liberaciones por causas distintas –irregulares y evitables unas, torticeras y rebuscadas otras– de los matarifes Troitiño y Gatxa. Por los precedentes siniestros de Usabiaga o De Juana. Y por lo que vendrá. A esta villanía en los hechos se suma la vileza en las declaraciones de socialistas y nacionalistas que lamentan que las víctimas del terrorismo vuelven a estar con la mosca detrás de la oreja. ¡¿Acaso no hay motivos?! Las víctimas, en efecto, denuncian con razón los intolerables efectos de una desdibujada política penitenciaria. Y no conciben que de nuevo puedan estirar las piernas los que incitan a la violencia, auspician proyectos delictivos, aspiran a la destrucción del Estado de Derecho y piensan en futuros golpes mientras brindan por los asesinatos del pasado. La combinación de la ignominia y la mentira en los tratos del zapaterismo con ETA hace sospechar del cálculo en las excarcelaciones; y de que se juega a dos barajas para no hacer efectiva la derrota incondicional de la banda. Junto a la acción implacable de policías y guardias civiles, el aparataje del Estado más próximo al PSOE vuelve a aquello de «algo habrá que ceder», o al «habrá que arrimar el hombro por la paz». La falta de principios de Zapatero está provocando, por enésima vez, que por la acción simultánea de soplar y sorber vuelvan a quedar atascadas las tuberías de la lucha antiterrorista.
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