España

El peor día

La Razón
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Hoy pienso en muchos seres queridos que estarían con nosotros. En mil inocentes enterrados y dispersos por los cementerios de España. En el vuelo de las cenizas de los asesinados por ETA posándose en sus lugares arraigados. Hoy pienso en los heridos, los familiares y los amigos de todos aquellos que callaron para siempre por el disparo en la nuca o la explosión traidora. Hoy pienso en la desesperación de los padres que despidieron a sus hijos camino del colegio y pocos minutos después los recogían, ya sin vida, ya sin nada, de los charcos tremendos de sus sangres. Hoy pienso en el sufrimiento insuperable de los secuestrados, en los «zulos» de la ignominia, en las celdas de castigo de quienes eran encerrados de acuerdo a la ley de los criminales con el precio de sus vidas marcados en su terror. Hoy me acuerdo de los vascos que día tras día, amenazados, insultados, golpeados y humillados, han resistido la brutalidad y la chulería de quienes de nuevo, gracias a seis dóciles, ocuparán un lugar en las instituciones democráticas de un Estado de Derecho que ellos pretenden pulverizar. Hoy me acuerdo de los navarros, también amenazados y controlados por los sicarios de la ETA. Hoy me acuerdo de Alfredo Pérez-Rubalcaba, el ministro del Interior que ha ayudado desde las sombras, como siempre hace, el retorno a las instituciones de los compañeros de los asesinos. Hoy me acuerdo de José Luis Rodríguez Zapatero, la mayor calamidad política que ha gobernado España en su periodo de libertad, el iluminado tonto que ha aplaudido sin reservas la presencia de «Bildu» en las elecciones. Hoy me acuerdo de todos los periodistas del pesebre, que desde sus medios afines al Gobierno, se han traicionado a sí mismos defediendo lo indefendible. Hoy me acuerdo de los doscientos mil vascos que han tenido que abandonar, sólo para disfrutar la seguridad de la supervivencia, la tierra de sus antepasados, su propia tierra. Hoy me acuerdo de los políticos que alcanzaron un acuerdo histórico y echaron de las instituciones a los asesinos. Y hoy me acuerdo de los que han abierto las puertas a los mismos que antaño expulsaron. Hoy me acuerdo de los jueces, fiscales y magistrados asesinados por la ETA. De los militares. De los guardias civiles y policías nacionales. De los miembros de la «Ertzantza», de los empresarios, de los obreros, de los civiles, de los niños quebrados por la barbarie del terrorismo. Hoy, que tendría que ser un día normal y alegre para España con la formación de los nuevos parlamentos autonómicos y ayuntamientos, es un día trágico y nauseabundo. Hoy, entre los socialistas y sus mandados del Tribunal Constitucional han levantado en España un monumento al terrorismo. No a las víctimas del terrorismo, sino a los terroristas. Cuando Irene Villa, recién casada, se quite esta noche sus dos piernas de mentira, se acordará como tantos otros de los seis nombres de la vergüenza. Pascual Sala, Eugeni Gay, Elisa Pérez Vera, Luis Ignacio Ortega, Pablo Pérez Tremps y Adela Asúa. Nada malo les deseo. Me gustaría saber que vivirán en paz y armonía si logran superar los cuchillos de sus conciencias. Pero hoy tendrían que abandonar todos ellos sus cómodos sillones del Tribunal Constitucional. Por decencia y por penitencia. Y renunciar a sus escoltas y sus coches oficiales. Nada tienen que temer. Hoy les exijo, sólo desde mi voz, que se vayan, como se irán en pocas semanas los que les indujeron u ordenaron culminar la traición a nuestras víctimas y nuestro futuro.