Nueva York

Príncipe Muti

El batuta, alabado en los grandes es coliseos y auditorios mundiales, se alza con el Premio de las Artes

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Riccardo Muti es merecedor del Príncipe de Asturias de las Artes, según el jurado, por haber transmitido al público «el mensaje intemporal de la música». Efectivamente, su empeño ha sido el mismo por difundir el repertorio napolitano del siglo XVII como la música contemporánea. Su carrera refleja, además, un cudidado equilibrio entre lo sinfónico y lo operístico, siempre ligado a las principales formaciones y cosos mundiales. Él ha seguido siempre el ejemplo de los grandes del sinfonismo mundial, Arturo Toscanini, Gustav Mahler, Carlo María Giulini y Herbert von Karajan, que se foguearon en los fosos de ópera. La fama de todoterreno musical de Muti es tan amplia como la de su vanidad.


Travesía del desierto
En el mundillo lírico se cuenta el chiste de que Dios condenó al director a vagar por el desierto por culpa de su petulancia. Éste imploraba agua una y otra vez a la divinidad, que no se la concedía, hasta que un día se apiadó de él y le concedió dos gotas. Él, en vez de beberlas, las utilizó para peinar su melena azabache. Uno de sus signos distintivos, a pesar de sus 70 años, por el que se ganó el apelativo de «el moro». Alfonso Aijón, alma de Ibermúsica y principal responsable de las giras que el maestro ha realizado por nuestro país, niega esa altivez. «Como le ocurría a Karajan, es pura timidez. No le gustan los restaurantes de cinco estrellas, prefiere la comida casera, y su trato no puede ser más sencillo», asegura.

Muti estaba condenado a la música, aunque a punto estuvo el destino de jugarle una mala pasada a su padre, un médico napolitano de esos que aún viajaban en calesa y que se empeñó en que todos sus hijos estudiaran música. A cada uno le tocaba un instrumento, a él el violín, pero no quería saber nada de pentagramas. La insistencia de su madre permitió que ese odio tornara amor eterno. Estudió primero en su Nápoles natal y luego en Milán. De ahí a dirigir el Maggio Musicale Fiorentino desde 1968 a 1980. En 1971 fue invitado por Von Karajan a participar en el Festival de Salzburgo, desde entonces estableció una relación preferente con esta cita. Al mismo tiempo se puso al frente de la Filarmónica de Londres, puesto en el que permaneció desde 1972 a 1982. Desde al 80 y hasta 1992 se encargó de la dirección musical de la Orquesta de Filadelfia. En 1986 acepta el desafío más grande de su trayectoria, hacerse cargo del foso de la Scala, el mayor escaparate lírico del mundo. Él mismo destaca de esa etapa la trilogía Mozart-Da Ponte, la tetralogía wagneriana, así como haber desempolvado partituras menos frecuentes de Gluck, Cherubini o Poulenc. Ha estado al frente de las grandes formaciones mundiales: la Filarmónica de Berlín, la de Viena, Nueva York... En 2004 funda la Joven Orquesta Luigi Cherubini. Después de Milán ha combatido los recortes administrativos de la Ópera de Roma y aceptó la titularidad de la Sinfónica de Chicago, aunque un desvanecimiento durante los ensayos le impidió su debut, pues se fracturó la mandíbula. En 2012 realizará su debut en el Teatro Real.


Su salida de La Scala
El capítulo más amargo de la carrera de Muti es, sin duda, su salida de La Scala. Su carácter, tan fuerte como su talento musical, le generó la enemistad de los trabajadores del teatro. Sus últimos tiempos en el coliseo fueron una batalla campal contra el intendente, Carlo Fontana, partidario de subir a la cartelera títulos más populares que el repertorio raro que proponía el maestro. Logró la dimisión de su oponente, pero, a cambio, logró la hostilidad del personal del teatro, que, en la última temporada se negó a ensayar con él y causaron la cancelación de dos óperas. Un final que muchos esperaban, aunque que él trató de evitar por todos los medios.