Bruselas
España es España
Llevamos meses y meses recibiendo desde el Gobierno Zapatero una lección básica de geografía: España –dicen– no es Grecia; España –añaden– no es Portugal y ahora exclaman que España no es Irlanda. Tienen razón. ¡España es España! Y eso, en esta crisis económica, es un problema de una gran envergadura.
Grecia ha sido rescatada. Irlanda también está siendo intervenida. Con Portugal se cuenta que el rescate llegará. ¿Y con España? ¿Qué puede pasar? Ésa es la gran pregunta. Con España todo el mundo se echa a temblar, sencillamente porque el rescate de España es sinceramente inviable. La novena potencia económica del mundo, si entra en barrena, entra en una dinámica que no tiene marcha atrás. Irreversible para Europa, irreversible para el euro e irreversible para muchos años para nuestra economía.
El Gobierno se empeña en decir y repetir públicamente: «Digan conmigo: España no es Irlanda». Y en eso tienen razón. No somos Irlanda y precisamente por eso todas las alarmas están encendidas. La bolsa está pasando días muy complicados. En la empresa y en la banca se empieza a mirar de reojo hacia todas partes. El suelo se tambalea, las turbulencias son claras y aquí no se mueve nadie.
Ya no valen los mensajes de tranquilidad del Ejecutivo. No tienen ninguna eficacia los cuentos infantiles del presidente del Gobierno. No sirven las arengas enfurecidas, en mítines abarrotados de convencidos, atacando a la derecha por una cuestión de guión. Es verdad que Zapatero, por obligación internacional, ha tenido que tomar medidas y aceptar que las reformas sean absolutamente inevitables. Pero ahora comienza a surgir una duda seria y con fundamento: ¿va a llegar a tiempo? ¿Van a ser suficientes todas estas reformas? ¿Estamos ya plenamente salvados de un posible cataclismo? La respuesta es ésta: estamos al borde del abismo. Todos nos acordamos de Irlanda, cuando no hace mucho tiempo, era un ejemplo de prosperidad en Europa. Los irlandeses eran el ejemplo y la envidia de todos por la buena capacidad para utilizar los fondos estructurales que les llegaban desde Bruselas. Irlanda se había convertido en una isla mágica, encantada y encantadora donde se vivía plácidamente y donde disfrutaban, enfundados como estaban, de una confortable situación política y económica. Incluso el terrorismo histórico de Irlanda del Norte había llegado a su final. Todo era perfecto. Hasta que el castillo de naipes se destruyó. Y en Irlanda han vuelto a recordar los años del hambre y de la miseria, de la crisis de la patata y del colonialismo británico que provocó una emigración histórica y masiva de irlandeses a los Estados Unidos.
Todo ha sido en un abrir y cerrar de ojos. De la prosperidad a la crisis se ha pasado en un suspiro. Si eso ha ocurrido en Irlanda, España no es diferente. Es verdad, no somos Irlanda; pero precisamente por eso y porque nuestra economía es más potente, el miedo es mayor. Lo que pueda venir no lo sabemos; por eso no somos Irlanda. Somos España.
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