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Víctimas y el 11-M por J A Gundín

La Razón
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De todas las discordias políticas ninguna causa más desazón como aquella que divide y lastima a las víctimas del terrorismo. Es innoble e indigna. Arroja sal en las heridas y vinagre sobre la memoria. Añade confusión al dolor y desesperanza a las lágrimas. Es una impiedad. Como la de estos días a propósito de la manifestación sindical que coincide con el aniversario de la matanza del 11-M. Es lamentable la cerrazón sindical, pero más deplorable aún es la desavenencia que ha provocado entre las propias asociaciones de víctimas. Cuando tal cosa sucede se banaliza la tragedia que las une y se abarata el tributo a los asesinados. El camino recorrido durante estas décadas, desde aquellos años oscuros en que los muertos eran enterrados en la semiclandestinidad, ha sido fatigoso y empedrado de desprecios, pero no ha sido vano ni estéril. Aunque a veces haya intentos mezquinos en retroceder. Como aquel que protagonizó nada menos que un padre constitucional durante la negociación socialista con ETA. Ahora sucede algo parecido. No es que los sindicalistas sean insensibles al dolor que evoca la fecha, pero resulta irreverente comparar la demostración sindical con un partido de fútbol. Si Toxo y Méndez quieren mezclar las consignas políticas con el recuerdo del mayor atentado terrorista perpetrado en España, allá ellos y su conciencia. Lo incongruente es que haya una asociación de víctimas dispuesta a encabezar la marcha político-sindical. Al tomar partido y bajar a la arena política, esta asociación dilapida su fuerza moral y siembra la desavenencia entre sus miembros, pues lo que les une no es la ideología ni las recetas laborales, sino la justicia, la memoria y la dignidad que se deben a sus seres queridos asesinados. La política ha de estar al servicio de las víctimas y no al revés.