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Las amistades peligrosas de Strauss-Kahn
Dominique Alderweireld era el hombre al que acudían los amigos de DSK para conseguir chicas y saciar la pulsión insaciable del ex director del FMI.
La frontera franco-belga es su área de influencia. Y los clubes privados, el terreno predilecto de Dominique Alderweireld. Un adocenado patrón de burdel al que todos conocen como «Dodo la Saumure» («La Salmuera»).
En ese lóbrego mundo de la noche, el «rey de los salones de masaje» está en su salsa. Provocador, sin pelos en la lengua, le gusta mostrarse a lo «Padrino», con sus aires de arrogancia y un sempiterno puro entre los dedos. Su aspecto de capo crápula encaja a la perfección con su cargo de regente de lupanar.
Con mano de hierro «Dodo» dirige buena parte de los bares y clubes de alterne de Tournai (Bélgica). Ahora acaba de retomar sus funciones tras pasar tres meses entre rejas. En prisión preventiva por «proxenetismo, explotación sexual y tráfico de drogas». Aunque el juicio al que se enfrentará a partir del uno de marzo no tiene nada que ver con su papel como proveedor oficioso de los caprichos libertinos de Dominique Strauss-Kahn.
Asegura que no conoce directamente al ex director del Fondo Monetario Internacional (FMI), pero «me hubiera gustado», afirmaba esta semana en una radio gala. Sí que reconoce, en cambio, que algunas de sus chicas lo frecuentaron, pero se defiende de toda acusación de proxenetismo. «Yo no incitaba ni daba órdenes a nadie», habría declarado ante los investigadores del llamado «caso Carlton», en el que por ahora sólo ha sido interrogado pero no imputado. Tratan de averiguar si el proxeneta se llevaba, como acostumbra en sus locales, el 50 % de los servicios prestados por sus protegidas. Algunas venidas desde Europa del Este y otras desde España.
Lille, base de operaciones
En realidad, es el entorno de DSK el que acudía a «chez Dodo» en busca de candidatas. Y casi siempre a través de René Kofjer, un viejo amigo de «La Saumure», encargado de las relaciones públicas del Hotel Carlton de Lille, epicentro de una red de prostitución que se extendía por distintos establecimientos del norte de Francia y cuyos tentáculos han acabado atrapando al político socialista.
De algún modo, Strauss-Kahn había convertido esa región norteña en una especie de base de operaciones. Un santuario en el que se sabía protegido por su clan de libertinos y que, por motivos políticos –preparaba su salto a la carrera presidencial–, pero no sólo, frecuentó asiduamente entre 2008 y 2011.
Allí, contaba además con la fidelidad de los notables de la zona. Una pareja de empresarios, deslumbrados por su amistad con el que se había convertido en uno de los dueños del mundo desde su puesto en el FMI; dos responsables de la seguridad departamental, entre ellos el comisario Jean-Christophe Lagarde, además de un abogado. Todos adeptos del sexo libre y sin tapujos, y masones, para más curiosidad.
Unos, miembros de la Gran Logia Nacio
nal de Francia; otros, del Gran Oriente de Francia. Hoy, la mayoría –ocho en total– interrogados e imputados por «proxenetismo agravado y abuso y recelo de abuso de bienes sociales».
Aunque no consta que DSK participara en ninguna orgía en el mismo Hotel Carlton, tanto Fabrice Paszkowski, militante socialista y dueño de una empresa de equipamiento médico, y David Roquet, gerente de una filial de la constructora Efifage, recurrían a Kofjer como intermediario.
Pero no sólo se encargaban de encontrar el «material», término eufemístico que el socialista galo solía utilizar en sus mensajes telefónicos para referirse a las chicas sin levantar sospechas, sino que corrían con todos los gastos. Facturas que cargaban a las cuentas de sus respectivas sociedades. De ahí, el delito de «abuso de bienes sociales y de receptación» en el caso de DSK por haberse beneficiado, supuestamente, de dichas «soirées» libertinas financiadas con fondos malversados.
Roquet llegó a facturar hasta 50.000 euros, en forma de dietas y gastos, con la complicidad de su superior al que quería impresionar prometiéndole una cita de negocios con el entonces director gerente del FMI. Ambos fueron inmediatamente destituidos al estallar el escándalo.
Otro extremo que los magistrados del caso tratan de averiguar es si el ex ministro francés sabía que las chicas que frecuentaba en esos intercambios múltiples eran prostitutas convenientemente remuneradas.
Para «Dodo la Saumure», «DSK no es ningún imbécil», afirmaba esta semana en la radio gala Europe 1. «Cuando uno conoce a una joven o una mujer desde hace sólo una hora y se mantienen relaciones con ella, en general son relaciones tarifadas». Aunque según el proxeneta, que imagina al político como un adicto al sexo, lo que a éste le interesaba no era tanto saber si las chicas cobraban
como «echar un polvo y concluir. Punto final.
Tenía que saber que no se trataba de un juego de seducción», asegura. Su compañera, Béatrice Legrain, lo confirma: «Ese tipo de fiestas, con tarifa, es algo muy corriente». Encarcelada también por «explotación y prostitución» junto a su mentor, Legrain fue una de las citas de Strauss-Kahn en París. «Ella no lo sabía hasta que lo vio allí. Aunque parece que el encuentro no fue bien», cuenta el proxeneta según la versión de su compañera.
Orgías sin fronteras
Las orgías no tenían fronteras: París, Washington, Bruselas. En apartamentos «picadero» de la capital francesa, en hoteles chic como el Murano o en los bajos del parisino restaurante L'Avenue. En la capital estadounidense, su guarida era el W, un lujoso hotel, frecuentado por personalidades políticas, congresistas y senadores, pero donde DSK pasaba, paradójicamente, desapercibido. Allí no se dejaba ver en actos mundanos.
Hasta en tres ocasiones la «troupe» viajó a Washington: los mecenas Paszkowski y Roquet; Jade, una chica de «Dodo»; el comisario Lagarde, encargado de la seguridad y de mantener limpias las líneas telefónicas de DSK, y Florence, una libertina asidua del grupo. La última vez, sólo unos días antes de su arresto en Nueva York por agresión sexual.
Varios «sms» dan fe del encuentro así como de los contactos regulares entre el malogrado aspirante al Elíseo y Paszkowski, su «hombre» en el norte de Francia, y cuyas relaciones son objeto de investigación. Sus licenciosos mensajes del tipo: «¿Quieres venir a descubrir un local picantón en Madrid conmigo (y con material)», como escribe DSK en 2009, interesan tanto como los nombres de políticos socialistas intercambiados y que sugieren que pudo haber tráfico de influencias.
Ambos empresarios lo desmienten: nunca hubo ningún tipo de contraprestación a cambio de las orgías. Es lo que quiere averiguar la Justicia, con quien Strauss-Kahn tiene una cita a finales de marzo.
El 14 mayo de 2011, sus pulsiones le jugaron un mala pasada en el neoyorquino Hotel Sofitel. Se desmoronaba un mito y, con él, las ambiciones presidenciales del campeón socialista, favorito de los sondeos, así como las pretensiones de un círculo de cortesanos que, a imagen del comisario Lagarde, que se veía ya dirigir la unidad de élite de la policía gala, esperaban sacar partido de la ascensión de su ídolo.
Sexo para dejar de sentirse mal
Parece que Dominique Strauss-Kahn tiene el perfil claro de un adicto al sexo. Una adicción se diferencia de una preferencia cuando irrumpe en tu vida perniciosamente y la cambia para mal, asegura el psicólogo y sexólogo Raúl Padilla. Como en todas las adicciones, la del sexo va aumentado la tolerancia y cada vez necesita experiencias más fuertes para quitarse el «mono». Llega un momento en el que se deja de consumir (o de tener sexo) para sentirse bien y se hace para dejar de sentirse mal.
Exactamente igual que con otra sustancias no es lo mismo ir acompañado a fiesta en busca de sexo, que hacerlo solo, en un hotel, con la chica de servicio. Lo primero tiene un factor de integración social, mientras que lo segundo revela una adicción más profunda.
En el caso de DSK, el ser un hombre con poder facilita su impunidad y el acceso al sexo, pero detrás de eso existe un estado vital que lo predispone. La impunidad hace, además, que pierda la gravedad que tienen ciertas conductas en las que se produce una cosificación de la mujer. Otra cosa es que tenga una compañera con la que comparta la vida, porque hay que diferenciar entre alguien con quien compartir y crecer y alguien con quien tener sexo. Su pareja puede ser como su madre, como su consejera.
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