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Grandes del cómic: arte en boceto

«El arte del cómic» muestra el proceso creativo, con libretas y archivos personales, de 82 artistas, desde clásicos como Robert Crumb y Jim Steranko a nuevas voces como Rutu Modan

La figura femenina es la protagonista preferida de Charles Burns, que lo impregna todo de una fuerza misteriosa
La figura femenina es la protagonista preferida de Charles Burns, que lo impregna todo de una fuerza misteriosalarazon

¿En qué lugar se traza la frontera entre el proceso y el resultado? E, incluso, cuando esa frontera está clara, ¿qué importancia tiene el ensayo para la obra definitiva? ¿Se puede descubrir al artista a través de sus pruebas? Para los enamorados del noveno arte (el de la viñeta, claro está) que sienta curiosidad por adentrarse en las tripas de la concepción artística, la editorial Lunwerg acaba de editar en España «El arte del cómic», un fabuloso trabajo del crítico y teórico del cómic Steven Heller, periodista que fue director artístico del «New York Times» durante tres décadas. Heller reúne una colección de gran valor gráfico en un tomo que atrapa la mirada: bocetos, notas, dibujos realizados en hojas sueltas, cuadernos de cuadros y rayas, bosquejos en papel cebolla o incluso en «post-its»… Las muestras de los artistas seleccionados están acompañadas de pequeños textos que quizá respondan a algunas de las preguntas planteadas al comienzo de este artículo.

Nombres y discusión
La nómina de presencias es impresionante: Seymour Chwast, Bill Plympton, David Mazzuchelli –autor de una de las novelas gráficas más aclamadas de los últimos años, «Asterios Polyp»–, el egregio Seth, el «hergeniano» Joost Swarte, Matt Maden, Chris Battle –el creador de las «Supernenas»–, Russ Braun, David Heatley, Rian Hughes… Aunque lo primero que cabe observar, como en la mayoría de antologías, es que para Heller el concepto «cómic» es amplio –¿demasiado?– y abarca la ilustración profesional (con presencias sin duda interesantes aunque con poco que ver con el mundo de la viñeta como Lili Carré, Olivier Kugler o Nathan Jurevicuius, el padre de la franquicia «Scarygirl»), la caricatura de Prensa (Steve Brodner, Drew Friedman), el collage, la animación (el fantástico trabajo del londinense Thomas Knowler, entre otros) y hasta el «graffitti» (Chris Capuozo). Así que, puristas, contengan sus nervios: el volumen sigue mereciendo la pena pese a que no trate exclusivamente de dibujantes de cómic en sentido estricto. Este ejemplar recorre la obra de nada menos que 82 artistas, y, como no podía ser de otra manera, hay de todo: aciertos, notas desafinadas, ausencias notables... Que no estén representados dibujantes cuyos bocetos podrían haber aportado mucha sustancia a la línea de este libro, como Bill Sienkiewicz, David B., Gipi, Joann Sfar o Craig Thompson, por citar algunos, solamente se entiende desde la lógica práctica que parece haber guiado al autor: incluir aquellos artistas a cuyos archivos y cuadernos pudo tener acceso el autor, una selección ésta, hay que reconocerlo, bastante llamativa.

De la misma forma, falta mayor representación del cada vez más creativo mundo del cómic de superhéroes –está Jim Steranko, y punto– y del «tsunami» oriental: los bocetos de Matsumoto Taiyou habrían complementado a la perfección una apuesta por la creatividad con personalidad como toma por principio el volumen de Steven Heller.

Las nuevas novelistas gráficas
En cualquier caso, su mirada es heterogénea y el volumen cubre un amplio espectro que recorre buena parte de la creación más interesante del cómic contemporáneo. Está así representado el mejor «underground» estadounidense, con Robert Crumb, Kim Deitch y Charles Burns. Del primero, con un triple boceto de sus obsesiones fetichistas llenas de mujeres voluptuosas, aprendemos que dibuja siempre con tinta negra Pelikan y una pluma de cuervo negro: «Cada vez son más difíciles de encontrar, las compañías que las fabrican están desapareciendo», cuenta el padre del «comix underground». Del tercero, sus oscuras creaciones en las que descubrimos que crear arte es siempre beber de otros: «La chica desnuda con una especie de enfermedad es de la época en la que trabajaba en la idea de una plaga adolescente. De hecho, robé la pose de la chica de un cómic de «Spiderman», explica el creador de «Agujero negro». Y añade: «Es algo que suelo hacer: copiar a gente a la que admiro muchísimo, aprender siempre de los maestros».Tampoco falta la nueva novela gráfica independiente, desde la israelí Rutu Modan a la londinense Kaye Blegvad o la neoyorquina Tracy White, voces que aportan personalidad, diversidad y talento al cómic contemporáneo.

Con la primera, autora de «Metralla», la teoría del boceto como obra imperfecta de consumo se despliega en toda su cotidianeidad: «No tengo una agenda aparte para el cómic. En mi cuaderno de bocetos esbozo, apunto reuniones, números de teléfono, hago listas de la compra, anoto ideas para historias y las conversaciones que escucho en el autobús», confiesa. «Si un boceto es lo suficientemente bueno como para considerarlo parte de mi trabajo, acaba siendo parte de él». Da igual dónde quede capturado. En casos como el de Denis Kitchen, se da lo más parecido en dibujo a lo que en literatura se denomina escritura automática: «Dejo que sea el subconsciente quien dirija todos esos bocetos», cuenta el autor «underground», mientras se despliega ante nuestros ojos un bestiario surrealista de criaturas antropomórficas. Que muchas de estas piezas podrían ser consideradas un resultado en sí mismo se hace evidente ante los elaborados ensayos del animador británico Run Wrake, que reconoces con humor, sobre sus primeras libretas: «Recuerdo haber pretendido que eran tan buenas como un Picasso cuando expuse en Londres en la época en la que estudiaba en la Escuela de Arte y Diseño». En cuanto a las reflexiones de dibujantes españoles, Javier Mariscal explica que «los bocetos me ayudan a entender mejor el mundo que me rodea, me divierten y hace que me resulte interesante observar lo que tengo a mi alrededor con el fin de poder llegar a dibujarlo».

 Y entre tanta «creación», se agradece la aplastante sinceridad del veterano Jim Steranko, autor de escuela clásica y trazo impecable curtido en los tebeos de aventuras en blanco y negro: «Debo confesar algo: sólo estoy jugando a ser artista», asegura, quitándole hierro al sunto. «Aunque adoro las artes gráficas, al final del día prefiero sentarme ante el piano o ir a correr con mis perros. Nunca dibujo por diversión. El dibujo es trabajo», explica el iluestrador desoyendo a los seguidores que reclaman que se otorgue más altura al tebeo de toda la vida. Un trabajo con una legión de fans y heredero de maestros como Hal Foster, pese a esconderse en la modestia del oficio bien hecho. Quizá porque a menudo lo sencillo es lo más complejo.

Españoles del bocadillo
Aunque Heller se nutre de nombres norteamericanos, con profusión de artistas de Nueva York para más señas, la presencia europea en el volumen es amplia: alemanes, ingleses, franceses, croatas… Y dos españoles. El primero, afincado desde hace décadas en Brooklyn: Víctor Moscoso, un veterano con recorrido en el diseño de posters, fundador en 1968 de la revista «Zap», aunque renegado del cómic. El segundo, más familiar (en la imagen, una viñeta suya): Javier Mariscal, y su producción en el panorama independiente en los 80, en revistas como «El Víbora».