Artistas
Manuel Guerrero y María José Trueba ganadores de «Pasaporte a la creatividad»
«Luna de miel»por Manuel Guerrero / Andújar (Jaén)No quiso partir sin antes girarse por última vez y maldecir, quizá orgullosa, las paredes que ni siquiera había abandonado para nacer, la mecedora en la que tantas veces imaginó su boda y viaje de novios, y la reja, fogones y lutos familiares que le asesinaron prematuramente la adolescencia con todos sus amores.Desconocía que era capaz de odiar hasta ese preciso instante, y ese sentimiento la hizo aún más fuerte para desafiar, tras 80 años, cualquier síndrome, Estocolmo entero incluido. Sonrió a media boca, escupió sin saliva y cerró de un portazo tonadillero.Fuera esperaba el taxi al que subió sin pensarlo, sin soltar la maleta, la cual sostuvo en el regazo, haciendo uso del consejo materno para aquella excursión que nunca hizo.–«A la Estación, por favor». Sólo consintió decir eso. No quería gastar ni un segundo de más en palabras que ya hubieran pronunciado otros. Prefería sin duda sacar la cámara por la ventanilla y fotografiar en movimiento, saludar a desconocidos e incluso, por qué no, hacer lo que los jóvenes llaman un calvo.Todo iba tan aprisa lejos de casa que sin darse cuenta un apuesto caballero uniformado la había acomodado en su vagón y asiento correspondiente, no sin provocar que algunas desmemoriadas hormonas le revolotearan el bajo vientre coloreándole los mofletes, reconociéndole mujer. El trayecto le supo a poco, incluso se enfadó con los ojos por no haber sufrido estos Diógenes, pero no había momento para lamentos. El avión aguardaba para llevarla a la tierra prometida de su juventud. ¡Por fin Mallorca para regalársela a sí misma!, al alcance de pellizco y arañazo, Mallorca sin olor a papel de catálogo, ni son de mecedora. Y tal como soñó, hasta el aire allí era diferente. Podía oírlo anegarle los pulmones ofreciéndole vida, tanta que corrió en busca de aquel hombre que sostenía su apellido entre los brazos.–¡Vamos! No perdamos tiempo. Lléveme a todas partes. El hombre asintió; y en un mercedes negro que llevaba atadas mil latas, la llevó a Estellencs, Sóller, Alcudia, a Andratx y su puerto, S'Arracó, Lluch, a cada rincón que nunca estuvo en un folleto y a todos los que estuvieron o debieron estarlo.Comió en terrazas sobre el mar, paseó por sus fondos en barcos con casco traslúcido y desembarcó en Santa Ponça como Jaime I, viviendo a pecho descubierto, sorda a arrugas inquisidoras, crochés y ganchillos, empeñada en demostrar que el verbo hacer nunca debería conjugarse en futuro, teniendo presente que siempre aguarda lo mejor.Pletórica llegó al hotel y nerviosa abrió la nupcial donde comprobó que era cierto. Una botella de cava en honor de recién casados la aguardaba. La tomó, salió a la terracita que la separaba de la playa, pero quiso más y la abandonó para sentarse en la arena. Desvirgó entonces la botella, cerró los ojos y sonriendo subió al cielo a compartir una copita con Dios; quizá él también quisiera bailar, ya puestos.«El otro verano»Por Mª José Trueba / MadridOtro verano más. Y ahí está, entre montañas y ríos. Con sus vigas de madera y sus bloques de piedra. Por ella no pasa el tiempo y sí por los que año tras año hemos veraneado, vivido y disfrutado de cada uno de sus rincones. Ésta es la casa de mi bisabuela. Una inmensa casa construida al sur de Galicia, en un pueblo donde a veces no parece que esté en un mapa y luego resulta que sale hasta en la televisión.Dentro del baúl de mis recuerdos, los mejores son los de esta casa, tanto en los veranos de mi infancia y juventud, como ahora como madre viendo a mi hija coger el relevo.En el pueblo todos los niños lo pasan fenomenal. Cuando nos daban las vacaciones, mis hermanos y yo estábamos como locos haciendo las maletas. Poco importaban los kilómetros. Y las horas, aún no había autovías.Mi abuela decía: esperemos que la casa siga en pie. Y ahí estaba esperándonos año tras año. Lo que más nos gustaba era la libertad y el paisaje de montañas verdes y el olor de eucaliptos que bordean el río Sil que se veía desde la galería, lo que no teníamos en Madrid. A veces teníamos que ver con pena cómo ardían los montes en incendios que, la abuela nos decía, eran provocados.Recuerdo subir al desván y buscar, como si fueran tesoros, las Nancys y los Cliks con los que había jugado tantas veces. Y también encontrar un ratoncito que se había adueñado de los rincones de la casa durante el invierno.Todo era divertido: desde las excursiones en bici que mamá nos dejaba hacer solos hasta bajar a casa de la vecina a echarles bellotas a los cerdos.Luego fuimos creciendo y esa casa nos gustó mucho más. Ya no íbamos sólo en verano, aprovechábamos todos los puentes posibles y si llevábamos a los amigos mucho mejor. Los que la conocían por primera vez querían repetir y lo hacían, pues no sólo era la casa sino su entorno. ¿Qué tendrá esta bella durmiente del Sil?En este pueblo nació mi madre y por supuesto en esta casa, y a pesar de los años y algún terremoto, ahí sigue imponente y señorial.Allí algunos de nosotros nos enamoramos y pasamos las mejores juergas de nuestra juventud.Siguieron pasando los años y mis hermanos y yo formamos nuestras propias familias, y ahí está atrayéndonos cada año y viendo a mi hija y sobrinos cómo la quieren. No puedo evitar acordarme de mi abuela y lo que hubiera disfrutado con sus bisnietos, asomándose en la galería, rebuscando en el desván, bajando a la bodega.La casa, a pesar de sus años, se adaptó a las nuevas modernidades y su magia se ha apropiado de todos nosotros y consigue que año tras año estemos ahí, pisando su suelo de madera y refugiándonos en sus paredes de piedra.¡Ah!, se me olvidaba, el pueblo donde está la casa de mi bisabuela se llama Quiroga.
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