Constitución

No todo vale

La Razón
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Cada día es más difícil vivir en un país en el que al final todo vale, en el que las referencias, los principios no tienen ningún valor, en el que todo se cuestiona día a día, en el que recitar un artículo de la Constitución o simplemente recordarlo te sitúa políticamente. Cuando se aprueba una Constitución, se crea espacio común, en el que nos encontramos, al margen de nuestras propias ideas, ideología, principios, etc. Cuando surgen dudas sobre su interpretación o aplicación aparece un órgano, el Tribunal Constitucional, máximo intérprete de la Constitución, al que todos nos sometemos y al que debemos respeto, al margen de que nos guste o no lo que hace. O respetamos o no respetamos, lo que no vale es que sólo acatemos las decisiones del árbitro cuando nos interesa. Cuando hablamos del término Nación, lo podemos considerar como un concepto en sentido estricto, la nación política, esto es, el ámbito jurídico-político, un sujeto político en el que reside la soberanía constituyente de un Estado; pero también cabe otra acepción, en un sentido cultural, concepto socio-ideológico más subjetivo y ambiguo que el anterior, en el que la entendemos como una comunidad humana con ciertas características culturales comunes. No debemos confundirlas y además no son incompatibles; el segundo es más laxo y como tal menos definido. Ahora bien, respetar este segundo, entender que haya personas que se sientan identificados con este concepto, no nos puede llevar a negar la existencia del primero. Tanto respeto se merece el que utiliza esta segunda acepción, como los que creemos en la primera, y máxime cuando además, la ley, la ley de leyes así lo recoge. A veces parece que hay gente empeñada en no avanzar por la senda del progreso y la justicia, y se someten al peso de la historia y las tradiciones, eso sí bajo su personal forma de ver estos procesos históricos. Parece que el cosmopolitismo es enemigo de las particularidades de los pueblos; y enfrenta la razón al instinto. Nuestra Constitución se fundamenta, y así se refleja en su artículo 2, en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y del mismo modo reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas. El simple hecho de recitar este articulo, depende de dónde, te convierte en enemigo. Tanto derecho se tiene a explorar sentimientos nacionalistas, como a sentirse español, y además a los que así nos sentimos, de momento, la Constitución nos acoge. No cabe duda de que uno de los problemas a los que se enfrentaron nuestros constituyentes fue la resolución del conflicto de una nación, en la que había políticos que sostenían la existencia de otras naciones dentro de una. Aquel dilema se solucionó con el término nacionalidad, para precisamente contraponerlo al de región, de tal manera, que se dividía España, entre regiones dentro de una Nación y nacionalidades. Con el paso del tiempo parece que tal resolución no satisfizo, y se quiere seguir avanzando en la existencia de un Estado Plurinacional. Pero mientras tanto, se debe respetar el actual «estatus quo» constitucional, y sobre todo por los que tienen las máximas responsabilidades políticas. No se gobiernan sentimientos, se gobiernan personas. Los derechos los ostentan las personas, y no las regiones o nacionalidades. Existe el derecho a usar otras lenguas oficiales además del español, pero este derecho lo tienen las gentes y no las lenguas. Los territorios no tienen derechos, los tienen los ciudadanos que los ocupan. No existen derechos históricos, existen derechos fundamentales. Primero la persona, viva donde viva, hable lo que hable, y después el territorio. Cuando se habla de hacer justicia en un sitio, no se hace para catalanes, gallegos o murcianos, se hace para todas las personas que la demandan. No hay una justicia regional, hay una justicia única igual, para todos y en la que todos nos tenemos que sentir representados. Cuando se deja de pensar en los ciudadanos, y se alimentan ensoñaciones personales, el responsable político se aparta tanto de su cometido, que es difícil reconocerle. No es malo respetar sentimientos, pero el problema es cuando se dan sentimientos diferentes y se enfrentan, la única solución es buscar el espacio común y gobernar para todos, para la generalidad y nunca mejor dicho. Cuando se gobierna para la generalidad se suele acertar, cuando se gobierna para unos pocos, aunque sea rentable electoralmente, se suele cometer un gran error. Generalizada, bien común, etc., no pueden ser palabras ajenas a la acción política. Cuanto más responsable político se es, más hay que ejercer precisamente eso, la responsabilidad y como mínimo se debe respetar la Constitución. No vale todo, ni tan siquiera por un puñado de votos. Los sentimientos los tenemos todos ,y todos nos merecemos un respeto.