Afganistán
Caricaturas y caraduras por J A Gundín
La libertad de expresión es sagrada, pero no ampara el insulto ni encubre la falta de talento. Tampoco es patente de corso ni refugio de rufianes. Si por algo resultan indigestas las caricaturas francesas de Mahoma es porque carecen de calidad artística y de peso intelectual. Son el producto mediocre y vulgar de quien pretende tocar las pelotas o mear el territorio. Meterlas en el mismo saco que a Salman Rushdie o a las decenas de artistas perseguidos por los islamistas es un insulto a la dignidad y al buen gusto. Naturalmente que el caricaturista tiene derecho a publicarlas, pero no pretenderá que encima le alabemos el gusto o le riamos la meada. El enemigo de la libertad de expresión no es sólo el que la ataca con teas ardientes, como los fanáticos musulmanes, sino el que toma su nombre en vano. La cuestión islámica no es un chiste que se pueda despachar con un par de ocurrencias y cuatro garabatos. Exige responsabilidad y un cierto rigor intelectual porque de por medio se ventilan derechos fundamentales. Ningún país tiene más motivos para defender las libertades que Israel, empezando por la de existir, y sin embargo no hay nación más respetuosa con la fe en Alá.
En los estados de mayoría islámica viven millones de personas, sean cristianos o de otras creencias, que padecen persecución y marginación a causa de su fe. Como Asia Bibi o la niña Rimsha Masih. Es inaceptable. Nadie que no sea mahometano puede abrir una escuela, un lugar de culto o un centro cívico. El proselitismo está penado hasta con la muerte, la misma que sufrirá el musulmán que abrace otra religión. Es inadmisible. Pero la manera de combatir esta teocracia infame no es precisamente con viñetas o películas de serie B, que hieren la fe de unos creyentes y causan vergüenza ajena a todos los demás. Tal empeño resulta tan estéril y ridículo como el de una revista humorística española que, para reivindicar los ideales republicanos, recurrió a una portada zafia y cutre sobre los Príncipes. Europa y EE UU tienen la obligación de pararle los pies al radicalismo islámico en Afganistán, sino en todos los frentes diplomáticos y económicos, de modo que no se adueñe de la «Primavera Árabe» o reciba el aliento financiero de las monarquías medievales del Golfo. En materia de libertad religiosa, mientras no se imponga el pricipio de reciprocidad y los países islámicos no traten a los no musulmanes como Occidente trata a los hijos de Alá, nuestra superioridad moral será incuestionable. Eso sí, se agradecería vivamente la abstención de los laicistas graciosos, que confunden la aconfesionalidad de las leyes con el desprecio a la religión. Una caricatura burda o una película insultante no aportan más de lo que aportaría un bidón de gasolina en un incendio.
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