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Neandertales

La Razón
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Los neandertales habitaron en Europa hace entre 200.000 y 27.000 años. Luego se extinguieron. Tenían grandes narizotas y arcos supraorbitarios abultados. Sus cuerpos eran generosos, fuertes, robustos, sólidos. Ellos fueron los verdaderos europeos. Europa los vio nacer y contempló su extinción. Algunos tuvieron suerte y se cruzaron con el «hombre moderno» –según parecen demostrar las últimas investigaciones–, con el que los neandertales convivieron en territorio europeo unos diez mil años antes de desaparecer. África alumbró al «homo sapiens», que llegó a Europa y Asia hace unos 40.000 años, y tenía un antepasado común con el Neandertal. «Neandertal» era europeo. El «homo sapiens», un inmigrante africano. Los neandertales se eclipsaron de la faz de la tierra, excepto por la herencia genética que hayan podido dejar en nosotros. Nosotros somos «homo sapiens sapiens», descendientes de aquellos primeros inmigrantes que supieron adaptarse al mundo más allá de su patria africana. Neandertal, el aborigen europeo, fue más débil que nuestros abuelos sapiens. Sucumbió, dejó de aparearse y procrear. Eran tan osados que no les preocupaba el futuro, el peligro probablemente no cabía en sus cabezones tercos y resistentes pero con poco espacio para la sesera. Aunque su tecnología quizás no fuese mucho peor que la de los bien adaptados y prolíficos cromañones –nuestros antepasados–, los neandertales se esfumaron de la faz de la tierra y suponen un misterio de la evolución. No eran como nosotros. Ni mejores ni peores. Ni más ni menos humanos. Eran distintos. Y si hubieran sobrevivido, seguramente hoy el mundo sería un lugar mejor. O, al menos, más interesante. Los paleoantropólogos siguen intrigados por el enigma del ocaso neandertal. ¿Qué provocó su declive, por qué unos seres tan magníficos no tuvieron éxito como especie…? Se apuntan muchas probables causas: un cambio climático que contribuyera a otro consiguiente cambio de paisaje (los neandertales eran bosquimanos, vivían de los bosques); las poblaciones estaban muy separadas entre sí, lo que favoreció la siempre peligrosa «depresión por endogamia»; su tecnología para cazar se quedó obsoleta... Etc. Había otra posible causa: los neandertales carecían de la capacidad simbólica que tenía el «cromañón», no se agrupaban alrededor de los emblemas que transcienden lo biológico, no creía en seres superiores, seguían pegados a la familia, la tribu, a lo que podían tocar y ver; quizás no le daban importancia a las creencias, a los mitos que unen a los seres más allá de los lazos de sangre; tal vez no poseían afinidades simbólicas de tipo religioso. Mientras los cromañones se organizaban y estrechaban vínculos y alianzas espirituales difíciles de romper, los neandertales miraban al horizonte con sus profundos ojos vacíos de preocupaciones existenciales…

Curiosamente, algo «semejante» está ocurriendo ahora: los europeos nos extinguimos (descreídos, obsoletos, escépticos, endogámicos, viejos, estériles), y Europa es terreno abonado para el crecimiento de comunidades (religiosas) mucho más cohesionadas, prolíficas y fuertes, como la musulmana, por ejemplo, que no tardará en sustituirnos como el cromañón hizo con el neandertal.