Banco Santander

El vil papel

La Razón
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En el siglo XIX las naciones adoptaban el «patrón oro», pero las reservas de oro no crecían; sí lo hacían los «depósitos bancarios». Los bancos se «inventaron» el dinero. Primero, prestaron a terceros el oro que sus clientes les habían confiado, generando unos intereses. Con el invento del cheque o «la carta orden» dejaron de necesitar el dinero en metálico para hacer los préstamos, de modo que comenzaron a prestar mucho más dinero del que en realidad tenían en depósito, esto es: comenzaron a emitir dinero sin garantía, usurpando el privilegio estatal de acuñar moneda. A ese dinero se le llamó «crédito bancario». El extraordinario aumento de la producción que vivió el siglo XIX logró que se equilibrara aquella inesperada expansión del volumen de dinero. Los banqueros decimonónicos se dijeron que el límite máximo a que podía llevar esa creación «ilusoria» de dinero era nueve veces la cantidad de depósitos en efectivo de que disponían, pues los clientes sólo retiraban en efectivo alrededor de la décima parte de sus fondos, para el resto utilizaban «cheques». En caso de que todos los depositantes cambiaran de hábitos y exigieran más de la décima parte de sus extracciones en efectivo, los bancos confiaban en que el gobierno no permitiría que todos quebraran a la vez, sino que intervendría y los rescataría. Algo que sucedió en varias ocasiones: 1847, 1857, 1866, 1914, 1931… (Gran Bretaña). Se generaba expansión, pero se hacía con dinero emitido por los bancos, no por el Estado, y los contribuyentes tenían que pagarles intereses astronómicos para poder seguir desarrollando negocios y empresas con dinero –trocitos de papel– producido por y para los bancos.
Así siguió la cosa hasta que en el siglo XXI los estados, –endeudados, arruinados–, ya no pudieron rescatar a los bancos. (O sí…).