Buenos Aires
Evita que no cesa
Nunca una argentina con tan escaso interés por España ha tenido tan continuada presencia en nuestro país: dramatizaciones en cine y teatro, musicales, literatura subyacente, todo por una visita a Franco en 1947 y una estancia singular siendo cadáver en los años setenta.
A José María de Areilza, conde de Motrico, embajador en Buenos Aires, le llamaba a los gritos «gallego de mierda», y siempre nos consideró, acaso con justicia, un hatajo de pedigüeños. Le interesaba más ser recibida por el Papa para dar respetabilidad a su pasado de hetaira. Su cadáver, magníficamente embalsamado por el profesor anatomista español Pedro Ara, quedó en una muñequita que recibió algún trato obsceno de los militares. El teniente general Aramburu entregó el féretro a la Iglesia argentina, que lo escondió de prestado en un cementerio próximo a Milán.
Cuando Perón comprendió que regresaría al poder reclamó el cuerpo de su segunda mujer, que llegó a Madrid por carretera y le fue entregado en su quinta madrileña de Puerta de Hierro. López Rega, secretario del matrimonio Perón-Isabelita, brujo, inspirador de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), instaló el féretro en la buhardilla y en las noches hacía yacer a Isabel sobre el cadáver para que recibiera sus influjos mientras el general gritaba desde su dormitorio que dejaran de hacer tanto ruido que no le dejaba dormir. Hoy descansa, también de prestado, en un mausoleo del exclusivo cementerio de La Recoleta, con ascensor e hilo musical.
Perón reposa en el popular La Chacarita. Dos que nunca se amaron y no estuvieron juntos ni en la muerte. El nuevo documental «La sombra de Evita» sigue lejos de una historia fascinante con la que nadie se atreve.
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