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Josep Maria Flotats: «El desconocimiento sólo puede llevar a hacer el mal»
El intérprete regresa a la dirección con un montaje de Brisville, «La mecedora», una aguda obra sobre el declive de la cultura y el final del antiguo mundo editorial
Nuestro actor más francófilo regresa a otro texto de Brisville, esta vez autobiográfico: «La mecedora», un lamento por una cultura y un negocio editorial que mueren. Jerôme, de 60 años –pueden imaginárselo con el rostro de Carlos Hipólito-, lleva toda su vida siendo lector para una gran editorial: discreto, casi invisible, sentado en su mecedora, su criterio y experiencia han sido necesarios para lograr la calidad literaria exigida. Pero los tiempos cambian y el nuevo y eficiente editor, Oswald, de unos 40 –digamos que se parece a Eleazar Ortiz–, sólo cree en los números. Por eso, en ese nuevo mundo editorial, Jerôme sobra. Pero, antes de irse a la calle, pasará por casa de su ya ex jefe para aclarar ideas. «La mecedora» es el cuarto texto del francés que Josep Maria Flotats lleva a escena después de «La cena», «Encuentro de Descartes y Pascal joven» y «Beaumarchais». Es el primero que dirige para el Centro Dramático Nacional y se estrenará el viernes 13 en la sala Nieva del Valle-Inclán. Un feroz retrato del estado de la cultura y de la sociedad. «Este texto es...». Flotats busca palabras, chasca los dedos y termina: «Es fantástico, ¿verdad?». Lo es. «Y a los periodistas y escritores os toca de cerca», añade. Sin duda.
-Brisville no habla sólo de la edición, sino del momento en el que vivimos en general.
-Es todo el mundo: esa sociedad en la que el dueño es el mercado, y el mercado es esa nebulosa que decide qué sube y baja, qué pierde y gana, y quiénes vamos al paro, aunque nadie sepa el porqué ni si será de aquí a tres años o a diez. Esa nebulosa inventada por el hombre que al mismo tiempo se va auto-devorando. Somos muy aptos para criticar y decir qué es lo que no funciona, aunque a veces no lo somos para hilvanar la aguja y decir: cómo se arregla, vamos a mojarnos y ponernos manos a la obra a actuar. Empezando por la reunión de vecinos en un edificio. Criticamos que no funciona el ascensor, pero, ¿quién se ha comprometido para que funcione? Nuestra sociedad es eso.
-Brisville escribe «La mecedora» en 1981. ¿Fue visionario de lo que vendría treinta años después en el mundo de la edición?
-Mucho. La obra está escrita desde el talento de un escritor –porque fue su primera obra, no había escrito nunca teatro–, la cultura de un grandísimo lector y el conocimiento de un oficio. Veía por dónde se encaminaban las cosas. Ese invento de la obra, el papel que se autodestruye para los libros, es el virus de internet. Eso es algo que Brisville añadió después al original, tras hablar con él, porque hace treinta años no existía internet. Lo hablamos y estuvo de acuerdo en incluirlo.
-Oswald habla de un papel que se autodestruye a los dos o tres años, cinco para ciertos clásicos y ¡siete para la Biblia!
-Ahí está el humor de Brisville. Siete años, una cifra divina. Y Jerôme le responde: «Bueno, ahora con internet, Dios ya no existe». Hay otra frase donde se ve lo inteligente que es: al comienzo, Jerôme llega a casa de Oswald y exclama: «¡Es usted un dandy! En casa de un gran editor y ni un libro». Nunca he oído esa palabra pronunciada co-mo un insulto tan terrible.
-Según avanza la obra descubrimos que Oswald odia los libros. ¿Está exagera Brisville o existen?
-Exagera. Pero es la verdad: si no los odia, el resultado es como si los odiara. Jerôme le dice: «La única vez que le vi a usted capaz de interesarse fue por un libro en blanco, con todas las páginas vacías».
-Con todo, Brisville muestra sus simpatías, no ha ejercido de abogado del diablo con Oswald, en absoluto.
-No quiere. Está herido y se quiere vengar. Él dice que es un hombre de la palabra y que los demás la niegan. Dice Jerôme: «Creemos que somos de la misma sociedad, iguales, pero una sola palabra vale para separarnos completamente». Son mundos opuestos. No le perdona a esa generación de ejecutivos su falta de sensibilidad por el arte, la cultura y la literatura. En todas las obras históricas de Brisville hay un nivel, que lógicamente no está en ésta, aunque Jerôme habla un francés con un nivel que no es el del joven y Mauro Armiño siempre lo hace bien en las traducciones que le pido. Pero en las obras históricas hay otro estilo. Yo siempre le digo a Brisville: «Me encanta cómo escribe usted, este lenguaje». Y me responde: «Es que, para escribir como se oye hablar en el metro, la gente no saldría de casa».
-Parece un tipo interesante en la distancia corta.
-Es un hombre exquisitamente educado, pero en absoluto artificial. Tiene esa cosa de la generación de los abuelos de tratar de usted a los amigos íntimos. Incluso para interrumpir a alguien, lo hace diciendo: «Disculpe, lo siento mucho pero no estoy de acuerdo con eso». Es reservado, pero implacable; lo hace con gran cortesía, aunque te dice: «Hasta aquí, pero a partir de aquí ya no». En esta obra me interesa mucho que, con toda esa crítica hacia Oswaldo, podría parecer pesimista, pero no lo es: esta generación que nos manda actualmente está perdida, hay que rechazarla. Pero los nietos vuelven a florecer. En la obra hay tres personajes que representan a otras tres generaciones, con 60, 40 y 20 años. Y el joven, un pintor con sensibilidad y maltratado, se entiende con el lector. Hay sensibilidad artística, «feeling» entre ellos. Es optimista de cara al futuro.
-Flotats comparte afinidades con Jerôme.¿No ha querido interpretarlo por algún motivo?
-Tenía esta obra en mi cajón para el día que quisiera hacer de Jerôme, pero aún no encajaba en mi interior. Es difícil de explicar. Entonces me llamó Gerardo Vera, en mayo, para tomarnos un café. Era su último trimestre en el Centro Dramático Nacional, y me repetió lo que me había dicho mil veces, que le sabía mal que no hubiera dirigido nada en el CDN. Y era verdad, porque a las tres horas de nombrarlo ya me había llamado para dirigir. Y cada año lo ha hecho. Me sentí culpable. Qué mal amigo soy, pensé. En esas tenía que llamar a Brisville: el 29 de mayo es su aniversario. No podía ir a verle, como cada año. Cuando no actúo voy siempre a felicitarle a Versalles. Este año cumplía 90, y le dije que intentaría ir en junio. Y fue en ese momento cuando se me encendió una luz: le dije que mañana le llamaría y le contaría el regalo que le tenía preparado. Volví a llamar a Gerardo y le ofrecí dirigir este texto. «Ay, pero ya no hay sitio, cómo lo voy a hacer…». Pero al final sí que pudo ser. Contenté así a dos amigos, renunciando yo al personaje. Con lo que estamos viviendo, además, pensaba que esta obra no podía aguantar más en un cajón: hay que chillarlo, aunque sea en una sala de cien espectadores.
-Ante un cuadro antiguo y oscuro, Oswald contempla absorto una representación del ángel caído. El dramaturgo está casi diciendo que el editor y lo que representa son el diablo. ¿Quien puede llegar a odiar la cultura es el mal?
-Es que la imbecilidad absoluta sólo puede llegar a hacer el mal, incluso sin saberlo. El desconocimiento lleva a hacer barbaridades. Yo se lo he comentado y él me dice: «¡Es que no me lo he inventado, lo viví!». Brisville fue director literario de los Livre de Poche durante casi diez años, y un buen día le dicen: «Tendremos que separarnos», sin explicarle por qué.
-Un bonito eufemismo.
-Sí, no le dicen «tendremos que prescindir de usted», sino «separarnos». Se fue a la calle. Y luego a un hotelito en las playas de Normandía. Se encerró allí y, sin salir de la habitación y el restaurante, escribió la obra en diez días. Fue su terapia: se sintió mejor. Y era la primera. Es un hombre tan modesto que dice: «Es tan autobiográfica que no se puede mostrar, es como mi autobiografía escondida en un cajón».
-¿Qué opina Brisville de la edición en internet?
-No lo puedo asegurar. Opina que la ciencia es fantástica, pero se pregunta qué uso se hará de eso. No tiene ordenador: sigue escribiendo con una pluma estilográfica. No tiene ni máquinas de escribir.
-¿Y usted tiene iPad o Kindle...?
-Tengo esas cosas, pero me cuesta mucho. La gente me comenta: «Te he enviado un correo hace cuatro días y no me has respondido, ¿es que no lo has abierto?». Y les respondo: «¡No, entonces estaría obligado a contestar!». Soy poco de esas cosas. Pero entiendo que son… Aunque hace quince años vivíamos sin el teléfono móvil y estábamos igual de bien… o de mal.
Un segundo estreno mundial
Flotats ha interpretado al Beaumorchois y el Talleyrand de los textos de Brisville. Ahora regresa a este dramaturgo. A un texto de 1981, «La mecedora». Una obra que el autor presentó a un programa radiofónico, «France culture», que la rechazó: «No la encontraron interesante. Pero, como director literario que había sido de una editorial, fue a Rennes, donde lo habían nombrado jurado en un concurso teatral. El centro dramático de Rennes lo dirigía Jean-Pierre Miquel. Brisville se encontró con Miquel, le habló de su texto y se lo dejó. A las pocas horas, el director le llamó, le había parecido fantástico. Y la estrenó. Tuvo mucho éxito, y la llevaron, en 1982, a París. Y allí conocí a Brisville». Fue un triunfo, pero desde entonces no se ha vuelto a representar. «Éste es un segundo estreno mundial», bromea Flotats.
El detalle
Un lector sin mecedora
Cuenta Josep Maria Flotats que no tiene, como Jerôme, una de esas viejas mecedoras para poder balancearse y leer. «Pero sí que me pongo siempre en el sofá o tumbado. Cuando trabajo textos estoy en la mesa. Pero cuando leo me gusta estar reclinado». Y añade después: «La mecedora es además algo muy bonito porque es una bella imagen del pasado, una mirada proustiana».
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