Elecciones generales
Los fantasmas del agit-prop por Alfonso Merlos
Pasacalles coloristas, críticas aceradas, manifestaciones estrafalarias y protestas pito en boca y pancarta en mano, todas las que sean necesarias. Y más. Con autorización, naturalmente. Porque en eso consiste la democracia. Como advierte el disidente Natan Sharansky, una sociedad libre lo es porque una persona, sola o en compañía de muchas, puede llegar al centro de una plaza pública y expresar sus opiniones sin miedo a ser detenida, encarcelada o agredida. Ésa es la verdadera prueba del algodón.
Ahora bien, una cosa es pronunciarse a pie de asfalto contra las reformas del gobierno, tan incómodas como imprescindibles, y otra bien distinta es entrar en la pura provocación, la más baja incitación, la más cobarde instigación y la más facinerosa rebelión. Una cosa es una sociedad abierta y otra diametralmente opuesta una sociedad revuelta.
Visto lo visto en las últimas horas, difundido lo difundido en las redes sociales y otros canales frecuentados por incontrolables elementos antisistema, España encara un rebrote intenso de agit-prop. A pie de asfalto, a plena luz del día. Está por certificar si la campaña de agitación y propaganda, al más puro estilo soviético, será de días o semanas o meses, pero el hecho indubitado es que está en marcha y procede parar sus derivadas totalitarias.
No sólo los funcionarios. La mayoría absoluta de los españoles tiene derecho a sentirse achatarrada, abrumada, acorralada, acogotada, incluso vapuleada por las medidas aprobadas por el gobierno para reparar los desastres de dos legislaturas de gobiernos socialistas que han legado la pura ruina y un intransitable sendero de salvación. Pero la reacción legítima y sana ante pretendidos atropellos en la gestión política del actual poder ejecutivo no debe confundirse con la perpetración de delitos, la comisión de estragos y la generación de trastornos en el orden público y en las vidas de quienes creen en el futuro de este país y confían en Mariano Rajoy y el liderazgo del Partido Popular.
Es inadmisible que, golpeados en su mente y sus emociones por las ya débiles aunque machaconas terminales mediáticas rubalcabianas o jaleados por las hordas sindicales, ciudadanos nobles y sin ninguna malicia se entreguen día sí día no a asaltar sedes de partidos políticos, o a acorralar a cargos electos a los que se amenaza y escupe en tics que no pueden tildarse sino de zarrapastrosos y fascistas.
Honradamente, así no se va a ninguna parte. Este camino no conduce sino al suicidio político y el desmadre social. Y no hay nada más dañino hoy para todos que la imagen de una nación retratada ante el mundo como un pollo sin cabeza, en la que cada cual corre despavorido y a grito pelado sin ton ni son, y en la que se instaura dramáticamente el «sálvese quien pueda».
Está en los manuales más viejos de ciencia política que un pueblo tiene derecho a rehusar obediencia y sublevarse contra los poderes establecidos cuando su tiranía o incompetencia son grandes e intolerables. No confundamos a los viejos tiranos que pretendían salvarse contra sus compatriotas de los modernos dirigentes que ahora sacrifican su capital, su salud y sus carreras para salvar a sus compatriotas.
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