Crítica de libros

Texto con flemas

La Razón
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Una querida amiga a la que conocí hace casi veinte años me ha recordado algunos textos sentimentales que escribí entonces y he podido comprobar que en todo este tiempo mis emociones conservan casi intacta la fuerza impulsiva de aquellos días y el estilo descriptivo de entonces. Noto que algunas de las frases de aquellos textos son más largas que las de ahora, pero yo creo que ese pequeño cambio estilístico no se debe a una evolución literaria, sino a los efectos inconscientes del tabaco sobre la sintaxis. Teniendo en cuenta que escribo pensando en que pueda pronunciar el texto casi sin coger aire, era inevitable que la expresión narrativa de mis emociones se resintiese de las quince mil cajetillas que he fumado desde entonces. Supongo que si fuese trompetista, al cabo de tantos años reincidiendo sin remedio en ese vicio tal vez seguiría tocando la misma melodía, pero golpeando ahora con las baquetas en la caja de un tambor. Al releer a boleo algunos párrafos de aquellos viejos textos sentimentales del 93 me he dado cuenta de que a pesar del tiempo transcurrido conservo intacta cierta inocencia vital que no deja de ser sorprendente en alguien que arrastra desde la infancia la sospecha de cargar con una sombra que no es la suya. Igual que me ocurría entonces, todavía ahora, al cabo de diecisiete años, sigo afrontando la vida con la idea de que aquellas decisiones que no me acerquen al cielo, lo más probable es que me dejen enfilando el camino que lleva a la consulta del psiquiatra. A mi amiga Adriana le he dicho que al margen de los inevitables cambios físicos y del imponderable aumento del escepticismo, estoy orgulloso de ser aún capaz de alentar las mismas esperanzas y cometer los mismos errores. A pesar de las cicatrices acumuladas a lo largo de todos estos años, la verdad es que todavía queda en mi piel sitio para las heridas que acaso están por venir. Sé que ocurra lo que ocurra con mi equilibro emocional, al final todo el dolor quedará reducido a tabaco, efemérides y literatura. Y aunque creo que las emociones del 93 ya no las escribiría ahora con la sintaxis de entonces, la verdad es que el fondo sería el mismo, de modo que me habría limitado reducir las frases en función de que pudiese pronunciarlas sin que por culpa del tabaco me interrumpiese la tos. A lo mejor lo único que ha ocurrido con mis emociones es que al describirlas me he dado cuenta de que una parte de la pasión son sin duda todas esas comas casi adolescentes que a veces el tabaco convierte sin remedio en flemas. Será por eso que las pasiones que no tienen cabida en la hemeroteca acaban casi siempre en la escupidera.