Elecciones generales
El jeta de Punta Umbría
Estoy convencido de que si el lunes se hubieran puesto urnas en Punta Umbría y se hubieran convocado elecciones generales, habría ganado de calle un tal José Manuel Garrido, sujeto espabilado y de mente muy despierta al que no se conoce más mérito que el de maquinar trolas y el de pensar embustes colosales. Garrido no es nadie ni ha hecho nada por el bien de este país ni el de ningún sitio, sino un jeta muy grande al que todos hemos llamado «empresario» sin saber exactamente lo qué hacía ni saber tampoco lo que había hecho alguna vez, lo que demuestra con qué poco se puede progresar en esta vida y qué fácil resulta engañar a mucha gente. A los primeros de todos, a los periodistas, que le hemos hecho el caldo gordo a un tío con sólo enseñarnos el carné de identidad. Este jeta ofrecía contratos en Dubai, a 600 euros el día, por poner losetas y cristales tintados en rascacielos cocidos a 50 grados, y aun siendo como es de grande una trola como ésa y en la Andalucía del progreso y la abundancia, allí que se le presentaron más de quinientos voluntarios en un rato dispuestos a abandonar su hermosa tierra del I+D. Por un momento, la conmoción fue tal y tan generalizada, que hasta las redacciones estuvieron a punto de quedarse vacías de redactores dispuestos a probar fortuna en la albañilería del Golfo y el dispendioso emirato de las longanizas laborales y hasta, de habérsele ocurrido al empresario Garrido poner una urna para recabar votos, allí que se hubiera hinchado a recibir las papeletas de los vecinos incondicionales. Su programa era tan claro y tan sencillo que contenía todos los elementos del moderno márketing electoral: decir a la gente lo que la gente quiere oír en un momento determinado, ofrecer un bien al que nadie sería capaz de oponerse y no contar con los diagnósticos de autoridad que pudieran enfrentársele con una cierta ascendencia moral. Durante cinco días Punta Umbría fue un engaño, pero nunca antes había sido tan feliz y, aunque triste, serán después los agoreros quienes paguen su desencanto. Funcionarios, bancos, esfuerzo colectivo y las promesas persas que resultan ser las de sólo un golfo. Hay días que me da por pensar en todo lo que podríamos haber sido y en lo mucho que los cuentos se parecen a la luz de un buen embuste.
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