Teatro

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El teatro está que echa humo

«Biff entra en la cocina a oscuras, toma un cigarrillo y sale de la casa. Va al frente del escenario, bajo la luz dorada de un reflector. Fuma mientras contempla la noche». Si Arthur Miller hubiera escrito hoy en día esta acotación en su obra maestra, «La muerte de un viajante», tendría que autocensurarse.

Antoni Comas, como Amadeu Vives, en «Amadeu», montaje de Albert Boadella sobre la vida del compositor
Antoni Comas, como Amadeu Vives, en «Amadeu», montaje de Albert Boadella sobre la vida del compositorlarazon

Al menos, si ese «hoy» tuviera lugar en un país llamado España y bajo los designios de Leire Pajín, pluriempleada como teórica de la dirección teatral, que en su defensa de la aplicación de la Ley Antitabaco ha aconsejado a los registas cómo deben afrontar sus montajes: «Se producen asesinatos sin tener que matar a nadie. Hay muchas fórmulas para simular que uno fuma sin necesidad de fumar». Pretendía zanjar así la ministra de Sanidad el penúltimo episodio polémico generado por la aplicación de la norma.

Comenzó el pasado día 13, cuando un espectador indignado acudió a una comisaría de Barcelona para presentar una denuncia contra los responsables del musical «Hair», que puede verse en el Teatro Apolo y cuyos actores fuman en escena; recordemos, «Hair» trata de hippies en los años 70 y el lema del montaje es «¡Vive tu libertad!». La Agencia Sanitaria envió un aviso sin ir al teatro ni comprobar que se fumaba tabaco, como de hecho no ocurría, según explica el director del montaje, Daniel Anglès: los cigarrillos de los actores contienen una mezcla de hierbas de herbolario.

El episodio tiene al mundo teatral –a veces las ponen a tiro– echando humo. Ayer, la Federación Estatal de Asociaciones de Empresas de Teatro y Danza (Faeteda), envió un comunicado en el que lamentaba: «Otra vez el legislador olvida al sector del teatro; ya ocurrió también recientemente con la ley de medidas laborales de prevención del fraude en el encadenamiento de contratos de trabajo». La nota recuerda que «en el interior de los teatros y cines hace ya muchos años que está prohibido fumar en cumplimiento de las medidas de seguridad y en los vestíbulos y cafeterías desde la aprobación de la ley 28/2005 de 28 de diciembre», por lo que considera «innecesaria» la reforma de la ley 42/2010, que hace mención expresa a las salas de teatro, «sin pensar que dentro de la sala de teatro existe una representación de una obra artística en la que puede haber un personaje que debe fumar como indica su papel».

Censura

«No puede ser que uno escriba una obra y posteriormente se tenga que modificar. Es una especie de censura», responde a LA RAZÓN Albert Boadella. El director de los Teatros del Canal acaba de estrenar «Amadeu», montaje sobre la vida y obra de Amadeu Vives en el que «fuma todo bicho viviente». Y añade: «¿A qué juega esta ministra, a directora de escena? Por principio, está prohibido fumar en un teatro, pero se entiende que hay una excepcionalidad, que es cuando lo requiere un guión». Recuerda Boadella que en otros montajes de Joglars se fumaba, sin ir más lejos, en el último, «2036 Omena-G». El director es pesimista sobre este hecho «de enorme gravedad»: «La segunda parte será prohibir "Otello"por inducir a la violencia de género, u otras obras de Shakespeare por invitar al asesinato. Mal vamos si no se entiende el mundo del teatro como una excepción, un lugar donde ha de imperar la libertad».

La directora Tamzin Townsend recuerda una escena de «El método Grönholm», montaje que tuvo un gran éxito, en el que el texto de Jordi Galcerán marca que uno de los personajes fuma un cigarrillo: es una trampa que le tiende la empresa. Y añade: «Acabaremos por no poder desnudar a los actores ni decir tacos: el teatro tiene que representar la vida».

Para otro reconocido director, Ernesto Caballero, «se trata de un delirio, como parte del esperpento que ha trascendido a los escenarios». Recuerda que en obras que dirigió, como «Noches de amor efímero», de Paloma Pedrero, una conversación con cigarro incluido sellaba el montaje, y remite a clásicos como «Luces de Bohemia» de Valle-Inclán o el «Don Juan» de Molière, incomprensibles sin referencias a la nicotina. Y añade: «La corrección política no se puede imponer sobre las obras porque nos quedaríamos sin las pitilleras de Oscar Wilde, sin Shakespeare, sin Esquilo, sin Sófocles, sin Molière... Esto es algo muy chocante que denota una incultura pavorosa».

 Un veterano que ha tenido que dirigir más de una escena con cigarrillos es Gustavo Pérez Puig: por ejemplo, aquel célebre estreno de «Tres sombreros de copa», de Mihura. «Si es un capricho del director, me parece bien que se prohíba, pero hay sitios en los que la idiosincrasia del personaje lo exige», cuenta. Y aclara que «he dejado de fumar hace un año: esto no es el llanto de un señor perseguido».

Ir a Perpiñán

Posturas cercanas comparten Juan Carlos Pérez de la Fuente y el director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Eduardo Vasco, como dejaron claro este miércoles en la presentación en Madrid de «Un bobo hace ciento»: «No hago más que ver gente fumando en los escenarios», subraya Vasco. «Dentro de poco el noventa por ciento del repertorio no se podrá hacer, nos prohibirán representar asesinatos, y no podremos montar "La venganza de Don Mendo"». Pérez de la Fuente tiene claro que «si hay algo en los escenarios es libertad». Y señala que él ha sido víctima del mismo problema en «El tiempo y los Conways»: «Me han prohibido que los actores fumen». Como apostilló con ironía Fernando Sendino, uno de los intérpretes de la CNTC, recordando tiempos pasados, «dentro de poco habrá que ir a ver fumar a Perpiñán».