Historia

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Trescientos lunes

La Razón
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El día 17 de enero de 1919, doña Carmen Barrachina, esposa de don Ángel Mingote, dio a luz en Sitges a un niño rubio que noventa y dos años más tarde perdería algo de pelo. Aquel niño rubio fue bautizado con los nombres de Ángel y Antonio, y por caprichos de la vida, el primero de ellos voló y anidó el segundo. Este largo preámbulo tiene carácter didáctico y esclarecedor. Su objetivo no es otro que recordar a cuantos lo admiran y quieren que mañana lunes 17 de enero de 2011 Antonio Mingote cumple noventa y dos años, y que le hacen mucha ilusión los regalos.

El lunes es nuestro día. Llevamos más de veinte años compartiendo mesa y mantel el primer día de la semana. Isabel Mingote, la imprescindible mujer de Antonio, me hace llegar su hartazgo por los útiles de pintura y dibujo. –En casa no cabe ni un lápiz, ni un rotulador, ni una pluma, ni un tubo de pintura más. Por favor, no le regales nada que tenga que ver con ello–. Me resulta muy doloroso anunciarle que he encargado por Internet –lo han encargado en mi nombre– una caja de rotuladores americanos con trescientos colores diferentes. Pero a Antonio también le hacen ilusión los buenos libros, las corbatas discretas y los gallos de porcelana. Tiene una gran colección de gallos, y últimamente me lo comenta con frecuencia, un tanto desanimado, casi destruido: –Lo malo de hacerse mayor es que los amigos no regalan gallos–. No es por nada, pero si sirve este comentario para orientar a sus amigos, ya saben a qué atenerse.

Con noventa y dos años, Antonio no sólo no está en decadencia, sino que ha alcanzado la plenitud. La plenitud de la maestría, de la genialidad, del trazo, del talento y de la sabiduría. Toma geroma, pastillas de goma. Trabaja sin descanso, y ese continuo esfuerzo para encontrarse con la maravilla es el causante de su permanente estancia en la cumbre. Escribía Anson días atrás que su libro «Hombre Solo» está entre las diez obras literarias más importantes de la España del siglo XX. Un libro sin palabras que ocupa un lugar de privilegio en la Literatura. De eso nadie es capaz, excepto Antonio Mingote.

Con la misma intensidad que le gustan los regalos el día de su cumpleaños, le molesta la memoria reiterada de sus cualidades. No es falsa humildad, sino escepticismo en estado puro. Y los elogios le acentúan su timidez. Antonio, además, con independencia de su grandeza artística e intelectual, es un personaje que representa la decencia y la buena educación, siempre que dejemos a un lado su manía de hacer círculos de humo cuando fuma. Desde que entró en vigor la ley antitabaco el pasado 2 de enero, Antonio no se quita el puro de la boca. Porque Antonio Mingote, que nunca ha molestado a nadie inteligente y sensible, es un defensor hasta el límite de lo heroico de la libertad. La verdad es que no fuma, pero el párrafo me ha quedado de dulce.

Mañana lunes nos encontraremos donde siempre y como siempre, aunque mi presencia se advierta algo más abultada que de costumbre por culpa de la caja de rotuladores. Será un lunes más de fortuna y privilegio. Y como no es habitual que le pida favores, voy a saltarme la buena costumbre para rogarle que me prometa una cosa a cambio de mi regalo. Que me reserve los próximos trescientos lunes para seguir disfrutando de su compañía. Superados esos trescientos lunes, que sea lo que Dios quiera, que tampoco hay que pasarse.