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Él sí era don Manuel por Lucas Haurie
El penúltimo nacimiento de Fraga Iribarne (el último fue cuando se reveló como presidente autonómico federalista y amigo de Fidel Castro) fue en un hotel de la Enramadilla a finales de la década de los ochenta. El padre de la derecha civilizada, después de domesticar a los últimos dóbermans del búnker franquista, daba un paso al costado para entronizar a los «jóvenes turcos» de Aznar y convertir a Alianza Popular, que todavía conservada el rojigualda como marca corporativa y olía a naftalina, en el actual PP, una alternativa de gobierno equivalente a cualquier formación conservadora de la Europa occidental. El estrambote de esa carta de dimisión rota entre lágrimas es un pecadillo venial perdonable porque lo importante, más allá de patetismos, era que en ese congreso sevillano se culminaba el largo parto de la democracia española, que fue incompleta mientras no hubiese un partido capaz de discutirle la hegemonía a un PSOE que en aquellos años, recuérdese, opositaba a PRI mexicano. El 25 de marzo, con la alternancia en el gobierno de la Junta, debe culminarse la obra de quien durante mucho tiempo fue el don Manuel por antonomasia. Porque, aunque ahora cueste creerlo, la memoria nos alcanza hasta antes del advenimiento de Ruiz de Lopera al Betis.
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