Sevilla

OPINIÓN: José G

La Razón
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Si Kafka siguiera vivo, de lo que seguramente Josef K estaría acusado es de eso que ahora denominan violencia de género. La historia de ese padre de Dos Hermanas que lleva ocho años sin ver a sus hijos, enredado en un surrealista tránsito de juzgado en juzgado y de punto de encuentro en punto de encuentro, es escalofriante pero tristemente no única. Afortunadamente, el Tribunal Supremo le salvó de ir a la cárcel, aunque el lapidario «¿pero qué he ganado?» que le espetó a su abogado cuando le comunicó la sentencia lo dice todo. Ha ganado no estar encerrado entre barrotes, que no es poco, pero ha perdido a sus hijos –«lo que más quería en este mundo»–, ocho años de su vida y también su honra. El sambenito de violador y maltratador ya no hay auto judicial que lo borre, igual que esos casi tres millones de euros que ahora reclama al Estado no podrán hacer desaparecer la amargura de su mirada, curtida a base de desengaños y frases desabridas escupidas por dos menores sangre de su sangre que aún resuenan en su cabeza. De la maldad de una persona que acusa falsamente por rencor y despecho desgraciadamente nadie está libre. De una ley que parece preferir que haya cien inocentes estigmatizados a un culpable en la calle sí deberíamos estar al menos a salvo.