San Sebastián
Luis Alberto de Cuenca / Escritor: «La excelencia se ve reaccionaria»
DE CERCA«La LOGSE fue una especie de horror pactado con los pedagogos que se dedicaron a arruinar la vida del alumno, con unas enseñanzas mínimas y la falta de valoración del esfuerzo de los primeros sobre el de los últimos. Habrá que lograr que el último no se deprima y el primero no se envanezca…Pero no somos todos iguales»
Luis Alberto llega a la entrevista con su último libro debajo del brazo, «Palabras con alas». Hace seis meses publicó otros dos, «Nombres propios» y «Libros contra el aburrimiento». «Son todo recopilaciones de cosas pequeñitas. Yo soy como los autores de mosaico, que escribo mucho cortito, y luego lo agrupo», dice al tiempo que me recuerda que también ha salido el disco de Loquillo «Su nombre era el de todas las mujeres», en el que canta sus poemas. Lejos quedan ya sus días de política. Los de cine, música y, sobre todo literatura, sin embargo, se suceden desde siempre y para siempre.
–¿Hay gran literatura y pequeña literatura? ¿o sólo literatura buena o mala?
–Yo jamás diferencio entre gran literatura y pequeña literatura, porque no entiendo muy bien qué son esos marbetes. El único baremo, la única vara de medir, es la calidad. Y es siempre subjetiva pero, evidentemente, hay rasgos objetivos que diferencian a un Shakespeare, por ejemplo, del último escritor que se ha presentado a un premio de barrio. Lo que pasa es que estamos en un mundo tan absurdamente igualitario, que pretenden hacernos creer que el señor que hace «footing» con el chándal es igual de bueno que Usain Bolt, el campeón de los 100 metros lisos. Digamos que la excelencia se considera reaccionaria, lo cual es lamentable.
–No hay mayor excelencia que aquella con la que se llega a todos los públicos, sean universitarios, políticos o cantantes de rock. Usted ha cautivado hasta a Loquillo…
–Bueno más que cautivar, yo creo que Loquillo es un buen lector de poesía y a él le gustaban los mismos poetas que a mí: Jaime Gil de Biedma, Juan Eduardo Cirlot, Julio Martínez Mesanza…Y era lógico que si le gustaban esos poetas también le gustara Luis Alberto de Cuenca. En el fondo a mí me parecía increíble, porque siempre uno piensa que lo que escribe no le va a interesar a nadie; pero luego, si razona, piensa que por qué no le va a interesar a alguien y entre otros a Loquillo. De modo que, cuando él acudió a mí a finales de los 90 para decirme que quería hacer un disco conmigo, me pareció muy bien. Le dije que esperara a que culminara mi fase política, en la Biblioteca Nacional y como secretario de Estado y Cultura y que luego haríamos lo que él quisiera. Y al final lo hemos hecho.
–Me hubiera encantado ver la cara de un político tan encorbatado y bien peinado recibiendo a una tío tan grande y…
–Bueno, pero este señor peinado iba. Peinadísimo. En ese momento llevaba la cresta perfectamente esculpida, diríamos. Y además, como sabes, él siempre ha ido perfectamente vestido y yo lo que iba era con un traje barato, que ni siquiera me habían regalado. La corbata la sigo llevando casi siempre, menos cuando hace calor.
–Con corbata o sin ella sabe mezclar muy bien la intelectualidad y la calle. Su condición de académico, político y esculpidor de letras, con la de buscador de hallazgos de acera.
–Soy un poco como aquella Duquesa de Alba del pasado, aquella Cayetana que vivía sobre todo en su palacio de Piedrahita en Ávila, que se rodeó de una corte de poetas, de José Somoza, por ejemplo, de grandes poetas prerrománticos españoles o que fue amiga de Goya, dicen incluso que íntima… Bien, pues esa señora compaginaba una cierta vida, digamos, de alto «standing», con una vida popular. Y a mí me parece que en la cultura no hay que hacer distingo entre la academia, o sea lo que está más alto, y lo que puede parecer que está más bajo, como por ejemplo el cine de género, la literatura de género, el cómic… No debemos olvidar que hay obras maestras también en esos subgéneros despreciados por los intelectuales de turno. Además a mí, intelectual, es una palabra que me gusta poner entre comillas.
–¿ Y político? Porque los políticos suelen despreciar bastante la calle.
–Los políticos lo que deberían de hacer, sobre todo, es no dejar de pisar la calle. A mí me gustaba mucho, cuando era director de la Biblioteca Nacional y Esperanza Aguirre nos invitaba a los toros a Alicia y a mí. Íbamos en metro y nos los pasábamos muy bien entre los apretujones típicos. Y eso no se me olvida, porque me parece que Esperanza ha sido una de las pocas políticas que sí ha tenido los pies en la calle. Pero, en general, los políticos suelen olvidarse de que existe el lodo, el barro que te puede manchar cuando llueve…Se olvidan de los problemas que aquejan a la gente normal.
–¿El 15-M se lo recuerda?
–El 15-M es un movimiento muy desilusionante que ha desembocado, simplemente, en los elementos antisistema que funcionan por todo el mundo. Y habrá probablemente algún idealista que crea en eso, pero me parece que se apeará muy pronto de ese burro.
–Ya que andamos rodeando lo político. ¿Qué le podría yo decir «incorrecto desde el punto de vista político» que le gustara?
–Pues casi todo lo que me dijeras en ese sentido me parecería bien, porque, en general, abomino de esta nueva moralina que nos han impuesto y que hace que uno casi eche de menos la moralina vieja, la que más o menos se gestó en los siglos de oro etcétera y que desemboca en el XIX con todas esas atrocidades, que lo que hacían era oprimir el libre sentido de la gente. Pero es que ahora hay nuevos inquisidores que han venido a prohibirnos cosas, igual que los anteriores. Tenían más empaque los antiguos.
–Ese poema, «Political incorrectness», luego cantado por Loquillo, lo escribió cuando era director de la Biblioteca Nacional y se la dedicó a su mujer…, pero creo que siempre le encantó a Esperanza Aguirre ¿no?
–Es verdad. Siempre que nos veíamos, cuando iba a comer a la Biblioteca Nacional, me hacía que le recitara el poema. Tanto es así que se lo aprendió de memoria y está en su biografía. Luego la Prensa progre, con respecto a este poema, me ha llamado de todo, me ha dicho que soy un pringoso fascista, etc. etc. Estoy encantado.
–¿La cultura es de derechas o de izquierdas?
–Los de izquierdas dicen que la cultura es suya y ya está. Yo he escrito sobre eso diciendo que la cultura no es de izquierdas, ni de derechas, ni de centro, sino absolutamente de todos los seres humanos de esta planeta, y que tampoco va por barrios, ni hay una cultura, digamos, en San Sebastián de los Reyes y otra en Alcobendas, que están separados por una calle…
–Pero sí hay cultura Oriental u Occidental, por ejemplo ¿no?
–Claro. Hay cultura separada por áreas muy amplias. Cultura española, cultura en otras lenguas, cultura oriental y occidental y si nos vamos un poquito más arriba, cultura global y cultura universal, que abarca todo. Yo me siento muy implicado con las culturas japonesa, india, china, amerindia; me siento igual de implicado con la asiática que con la europea; pero a la oriental acudo con prismáticos primero y luego con lupa de occidental, porque creo en esa cultura que inventó cosas como la Revolución Francesa, como los derechos del hombre. Esas cosas las inventaron unos seres humanos particulares que fuimos los occidentales. A veces nos autolesionamos diciendo que somos unos canallas y luego resulta que somos los mismos que inventamos valores como la libertad, la igualdad y la fraternidad.
–Hay otro invento que sé que le gusta, que son las mujeres. Pero ¿todas? ¿o sólo las profesoras de universidad? ¡Porque se ha casado con tres!
–Yo creo que si a uno le gustan las mujeres, le gustan todas: las modistillas, las asistentas por horas, las cajeras de supermercado, las condesas, todas. Que me haya casado siempre con profesoras de universidad es simplemente lógico. Vamos a ver, cuando tu mujer te engaña ¿con quién lo hace? ¡Pues con alguien de su trabajo! Es lo normal. Entonces lo lógico es que si yo me muevo en el mundo universitario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas me case con chicas de ese mundo. Pero no quiere decir que me gusten sólo las profesoras de universidad.
Personal e intransferible
Tiene la mirada azul y transparente y el discurso igual de claro. Después de hablar de literatura, de política, de cine, de tenis e incluso de ese Tintín que conoce al detalle (lleva un reloj del personaje en la muñeca), me cuenta que ahora está felizmente casado con Alicia Mariño y que anteriormente lo estuvo dos veces, por la Iglesia, pero a la tercera ya le pareció abusivo. Y también que tiene dos hijos, dos nietas, más de 30.000 libros y muchos recuerdos: desde el de aquella primera novia por la que se cambió de carrera y que murió en un accidente de automóvil a los 19 años, hasta el primer artículo que escribió en la revista de su colegio "El Pilar", dirigida por Fernando Savater, entre otros, o el primer poema que recogió el cuaderno de tapas rojas que le regaló su madre. ¿Algo que aún perdonado merezca la pena olvidar?, pregunto. «¿Olvidar? Te contesto con una frase de Cernuda a uno de sus amantes «olvido de ti, sí, más no ignorancia tuya, puedo olvidar, pero no ignorar». Es un matiz.
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