Caridad
Solidarios y gorrones por J A Gundín
El ruido de cascotes en el parqué bursátil ensordece los ecos de catástrofes lejanas, que estos días resbalan a nuestro lado como rumores incómodos. Oímos, pero no escuchamos. Las vidas de un millón de niños corren serio peligro en el Sahel a causa de la hambruna. La sequía calcina vastas extensiones de cultivo y de pastos. Las madres apenas si tienen con qué alimentar a su prole. En algunas zonas, además, las penurias se acentúan por la inestabilidad política y las escaramuzas armadas. Varias ONG han lazando una campaña de información y de recogida de fondos que conviene atender. Es urgente. La sociedad española es esencialmente generosa y tampoco en esta ocasión faltará al compromiso. Sobre todo si quien lo impulsa es una organización de fiar. Hay muchas, pero no todas son trigo limpio. En los últimos años, decenas de ONG con poca o ninguna implantación social y sin más justificación que su partidismo han vivido cómodamente de las subvenciones, casi siempre libradas por gobiernos afines. La caridad empezaba y terminaba en ellas mismas. Del jugoso pastel de la cooperación internacional todo el mundo quería su trozo. De No Gubernamental sólo tenían el nombre.
Estos impostores han hecho mucho daño a las verdaderas asociaciones solidarias porque han propagado la sospecha, los escándalos de malversación y la desviación de fondos por intereses ideológicos. De lo que recibían apenas si llegaba a destino el 10%. Aunque el recorte de fondos públicos tiene efectos profilácticos sobre las farsantes, algunas todavía resisten apuntaladas por partidos de izquierda. Son las que desde hace semanas se desgañitan contra el recorte de los presupuestos del Estado destinados a la cooperación. Es de lamentar, sin duda, que la ayuda de España a los países necesitados haya disminuido drásticamente. Un país moralmente fuerte es aquel que transciende sus limitaciones para socorrer a otros más débiles.
Pero los únicos que no tienen derecho a escandalizarse son esas ONG de medio pelo que jamás han aportado a la solidaridad un euro recaudado por sus solos medios. Nada más vomitivo que exigir solidaridad con dinero ajeno, que es el dinero de todos. Eso es de gorrones. La auténtica red de caridad es la que se teje cada día a pie de obra, persona a persona, puerta a puerta, en la parroquia, en la asociación vecinal o en el club deportivo. Su subsistencia no depende del maná oficial, administra con sentido común y procura que llegue a sus destinatarios al menos el 80% de lo recaudado. En manos de estas asociaciones honradas y entregadas a su misión está salvar a los niños del Sahel. No dude en sumarse. Son de fiar.
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