Escritores

Más lecciones de economía

La Razón
La RazónLa Razón

Economía alemana: tú tienes dos vacas que ya han pasado por dos guerras mundiales y además siempre del lado equivocado. Tus vacas están tan cascadas que no te queda más remedio que contratar a Ludwig Erhard de vaquero, un tipo con la cabeza aplastada y, sin embargo, llena de sesos, que bajo el eslogan «los experimentos, con gaseosa, no con mi leche», les prepara un plan a las vacas. Impide que tus vacas visiten el mercado negro y que anden por ahí como vaca sin cencerro.

Subcontrata a tres inmigrantes para cada vaca. No sin grandes sacrificios, logra poco a poco que las vacas luzcan juveniles y retozonas cual si hubieran o hubiesen pasado por una vaquería de Cooperativa Dermoestética. Su hazaña es mundialmente conocida como «el milagro económico de las dos vacas alemanas», pero de Herr Ludwing no se acuerda nadie. Más de cuarenta años después, llega tu hermano del este y te reclama una vaca. Te queda una sola vaca. Incluso esa vaca tienes que dividirla por la mitad para compartirla con la familia de tu hermano, de modo que te quedas sin vacas. Pones a trabajar a tus bio-ingenieros y logras crear en un tiempo récord una vaca que habla, canta, baila, resuelve logaritmos y da leche descremada los lunes y miércoles, y yogur con bífidos proactivos los fines de semana. La vaca se mueve con energía solar y lleva incorporado un sistema de reciclado rumiante, por lo que se alimenta con un chicle sin azúcar que sólo hay que cambiarle cada año bisiesto. La vaca es capaz de ganar el concurso de Eurovisión, diseñar canales fluviales y salir de copas con Daniel Cohn-Bendit, que en realidad todavía está para muchas juergas. En círculos políticos y económicos españoles se rumorea, desde la indignación, que no se sabe dónde está el mérito de la vaca alemana.

Economía griega: tú tienes dos vacas pero le cuentas a todo el mundo que eres el flamante dueño de dos minotauros y que no te da la gana que pasten en un prado porque para eso están los laberintos, más propios de su condición. Los minotauros, que no saben que en realidad son dos vacas, se acostumbran a comer carne de muchachos y doncellas, que sale carísima. Cuando tus socios, alarmados por el ritmo de los gastos de tus vacas, te hacen las cuentas, contestas que no sabes de lo que hablan y les muestras los números de tus balances, pero como están en griego no los entiende nadie y así les cierras el pico a esos criticones botarates. Tus dos vacas cada día que pasa tienen los dientes más largos y ensangrentados, por no hablar de sus trastornos de personalidad. Pero a ti te parecen dos minotauros encantadores y bastante simpáticos porque te recuerdan a tu madre. Al final tiene que venir un alemán, Herr Teseo, sacrificarlos y regalarte dos vacas… Y nada, aquí lo dejo. (Para que luego digan que no se puede aprender economía en dos tardes).