Grupos
Representación por Pedro Alberto Cruz
Estamos asistiendo a una puesta en escena que, por desgracia, en nada se diferencia de otras tantas «vistas» a lo largo de la sinuosa Historia (por mucho que se empeñen en su novedad ciertos interesados, incluidos algunos historiadores). Estamos, unas veces de espectadores y otras de actores, en el nudo de una representación, que no por repetida deja de tener su interés. Estamos en el centro de un huracán que impide ver lo que sucede fuera de él y, sordos por el viento y cegados por la luz de los relámpagos, convencidos de que el único refugio seguro para sobrevivir a la catástrofe es el construido con la ideología que cada uno «milita».
Y este convencimiento, extendido por las redes (en las que cada vez revolotean más «pájaros de cuentas» en sus horas de trabajo, estafando a los que les pagamos generosamente), es el que lleva a que cada grupúsculo se considere a sí mismo «único, verdadero e irrepetible» y que nadie, salvo ellos, tiene capacidad y derecho a representarlos. Esto, en principio, puede parecer correcto, pero deja de serlo desde el mismo instante en el que se arrogan la representación del todo.
Hay que respetar a las minorías, correcto; y hay que respetar a las mayorías, también correcto. El conflicto surge cuando una minoría pretende hacerse mayoría sin importarle los medios; y se agudiza cuando una minoría –todas, y vuelvo a repetir por desgracia, terminan teniendo esa vocación- pretende imponerse, pues, otra vez la tozuda Historia, devienen en dictaduras.
En democracia todos tenemos derecho a manifestar nuestra opinión, y a elegir a los que nos representan, y ha cambiarlos cuando toca; por eso, y pese a su imperfección, nadie puede atribuirse una representación no votada, ni nadie que haya declinado su obligación puede espetar al elegido «que no lo representa», ya que ellos si que no representan a nadie (aunque estén arropados por unos miles, muchos de los cuáles son marionetas movidas por intereses espurios).
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