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Falta público por Pedro Alberto Cruz Sánchez
Cuando varios gestores culturales se reúnen para poner en común sus inquietudes sobre el sector, la segunda de sus grandes preocupaciones –la primera, huelga decir, es la caída en picado de los presupuestos– la constituye la alarmante falta de participación ciudadana. Año tras año, la asistencia a los eventos culturales disminuye en términos alarmantes, sin que se detecten fórmulas fiables y contrastadas a través de las cuales atajar esta hemorragia.
Algo falla en el corazón de las políticas de gestión del hecho cultural, que se muestran incapaces de tender puentes con el conjunto extenso de la ciudadanía. Toca llamar a las cosas por su nombre. Esto es: reconocer que la mayor parte de las instituciones culturales españolas públicas y privadas siguen manteniendo estructuras absolutamente periclitadas, cuyas dinámicas de funcionamiento van en sentido contrario a la naturaleza de sus problemas.
En el caso concreto de la pérdida inquietante de apoyo ciudadano, una de las cuestiones que más poderosamente llaman la atención es que, por lo usual, la captación de público supone una labor con frecuencia minusvalorada, y que suele quedar repartida sobre la marcha entre los departamentos encargados de la comunicación y la didácica.
Un trabajo estadístico
Siempre que esto sucede –que, repito, suele ser en la mayoría de las ocasiones–, el tratamiento de la problemática del público queda reducido a un mero trabajo de estadística, consistente en contabilizar número de asistentes y distribución por franjas de edad y grado competencial. Muy pocas estructuras en nuestro país se plantean el reto obligado de la creación de nuevos públicos, dedicando parte del presupuesto de su programación a una tarea de la que depende su viabilidad económica en un futuro inmediato. A la cultura española le sobra pragmatismo y necesidad de reconocimiento inmediato y, por otra parte, le falta dimensión estratégica.
La realidad demuestra que la mayoría de los espacios culturales prefieren apurar al máximo sus dotaciones en programar el espectáculo de mayor impacto a consagrar una mínima parte de tal esfuerzo en renovar y ampliar el ámbito de su público objetivo. Por más que nos entreguemos a la defensa del hecho cultural en tiempos de crisis, si no conseguimos demostrar que la cultura importa, poco margen de maniobra tendremos para convencer de ello.
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